domingo, septiembre 16

Su tarea era custodiar la frontera entre Berlín Oriental y el sector occidental
Foto: archivo

- a a a +
Alemania: Órdenes para matar
francisco olaso Berlín, 10 de septiembre (apro).- En el verano de 1961, Conrad Schuhmann tenía 19 años y era soldado en la República Democrática Alemana (RDA). Su tarea era custodiar la frontera entre Berlín Oriental y el sector occidental, a cargo de la fuerza de ocupación francesa. Para ese entonces 2.7 millones de alemanes orientales ya habían abandonado el país; pero todo cambió la noche del 12 al 13 de agosto de 1961: En un gigantesco operativo, la RDA cerró los pasos fronterizos de la ciudad, y comenzó a erigirse el muro que dividiría la ciudad durante más de 28 años.

El 15 de agosto, el paso fronterizo bajo la custodia de Schuhmann seguía siendo sólo un cerco alambrado. Después de mirar en todas direcciones, emprendió la carrera y saltó sobre la cerca. Su imagen con el casco puesto y el fusil a punto de ser arrojado apareció en la prensa occidental a partir del día siguiente.

Para los detractores del modelo socialista, la foto constituía un testimonio incontestable. Para las autoridades de la RDA, la fuga de sus ciudadanos significaba una catástrofe económica y evidenciaba la desconfianza en el sistema. La deserción de los guardias fronterizos era aún más grave. Por eso se extremaron las medidas.

“Para evitar cualquier intento de deserción de efectivos (para huir) por la frontera, se hace necesario que usted reconozca previamente y luego frustre la estrategia del traidor (...) En caso de necesidad, debe usted usar el arma de fuego de manera consecuente para detener al traidor o bien liquidarlo”, establece un documento secreto de la Stasi, la policía secreta de la RDA, que ha causado un gran revuelo en Alemania desde su aparición, el pasado 11 de agosto.

El escrito, titulado Orden: Evitar las deserciones, data de 1973 y está dirigido a una unidad de la Stasi denominada Defensa Externa, responsable de infiltrar las propias fuerzas militares dedicadas al control fronterizo para abortar cualquier intento de fuga.

El testimonio contradice las declaraciones de los más altos dirigentes de la RDA, quienes desde su caída en desgracia niegan haber aprobado ese tipo de órdenes para agentes de la Stasi o guardias fronterizos.

El documento de siete páginas fue recibido por el sargento de la Stasi, Manfred L., de manos de su superior, el teniente Eberhard Starke, cuando el primero se encontraba infiltrado en un regimiento de frontera de la RDA.

Defensa Externa, la unidad de la Stasi a la que ambos pertenecían, se encargaba de la “solución de tareas específicas”, eufemismo que, en la jerga de la policía secreta, significaba asesinatos por encargo, secuestros y otras operaciones ilegales. Los ejecutores, tales como Manfred L., eran llamados “combatientes solitarios”.

Los muertos del Muro

El documento fue encontrado en la delegación de la Oficina Federal de Actas de la Stasi de Magdeburgo. Otro escrito similar, que data de 1974, fue publicado en 1997 por el investigador Helmut Müller-Enbergs, pero muchos expertos lo pasaron por alto, incluida Marianne Birthler, responsable de la Oficina Federal de Actas de la Stasi.

En realidad la “orden de disparar” que ahora domina el debate ya había sido comprobada en las investigaciones de un proceso judicial. Entre 2000 y 2003, un tribunal berlinés investigó la muerte de Michael Gartenschläger, ocurrida en mayo de 1976.

Gartenschläger había pasado 10 años detenido en la RDA por participar en las protestas contra la construcción del Muro. En 1971, la República Federal de Alemania compró su libertad en 40 mil marcos. Ya en el Oeste, Gartenschläger contribuyó a la fuga de 31 ciudadanos germano-orientales. La noche del 1 de mayo de 1976, organizó un operativo para desactivar una mina colocada en la línea fronteriza. Como la Stasi estaba al tanto de su plan, fue asesinado por agentes de Defensa Extrema.

El tribunal berlinés condenó a una pena de prisión a Wolfgang Singer, el teniente de la Stasi a cargo del comando que ejecutó la orden. Sin embargo, Singer quedó finalmente libre porque el delito había prescrito. Sus superiores, Helmut Heckel y Karl Kleinjung, quienes habrían impartido la orden, fueron absueltos por falta de pruebas.

Mujeres y niños

“Es su obligación usar sus habilidades tácticas de combatiente solitario a fin de quebrar las intenciones del contraventor de fronteras, detenerlo o bien liquidarlo, y de este modo abortar su plan de violación de la frontera”, advierte el apartado 2 del documento.

“No dude en usar su arma de fuego, incluso si en el intento de fuga participan mujeres y niños, táctica que los traidores ya han utilizado con frecuencia”, agrega el texto.

Las órdenes se dirigían específicamente contra los guardias fronterizos, de cuyas filas desertaron 2 mil 800 elementos que se refugiaron en el Oeste.

Como nunca se había encontrado un escrito oficial del gobierno de la RDA que contuviera la orden de disparar, en general, contra cualquier ciudadano que pretendiera escapar del país, los antiguos dirigentes de la República Democrática Alemana siempre habían asegurado que no fue emitida una instrucción de esa naturaleza, aunque hasta la caída del Muro, en 1989, unas mil 200 personas habían muerto en la frontera, incluyendo niños.

En marzo de 1966, Jörg Hartmann y Lothar Schleusener tenían 10 y 13 años, respectivamente. Jörg vivía con su abuela en Berlín Oriental. Su padre vivía del otro lado, en Berlín Occidental. Los niños discutieron el plan. No podía ser difícil. Simplemente había que arrastrarse por un caño de desagüe y emerger del otro lado del Muro. Los guardias de frontera abrieron fuego y los mataron. Los cadáveres de los niños fueron cremados en secreto, y a las familias se les dijo que habían muerto en sendos accidentes.

El uso de armas de fuego contra niños estaba expresamente prohibido por las leyes de la RDA, sin embargo, los dos guardias que los acribillaron, Siegfrid B. Y Paul P., fueron condecorados. En 1969, el futuro jefe de Estado de la República Democrática Alemana, Erich Honecker, entonces secretario del Consejo Nacional de Defensa, sostuvo la necesidad de usar armas para impedir las fugas; y dijo que quienes las emplearan exitosamente serían dignos de elogio.

El Muro de Berlín constaba en realidad de dos muros, con una franja entre ambos, conocida como franja de la muerte. El 25 de diciembre de 1983, los hermanos Silvio y Carlo Proksch decidieron cruzarla. Supusieron que ese día de Navidad las guardias serían menos estrictas. El anochecer se presentó propicio: llovía y había bruma. Cuando Silvio trepó la escalera y saltó el primer muro, sonaron las alarmas y se encendieron los reflectores. Su hermano, todavía del lado oriental, oyó que los guardias gritaban: “¡Alto! ¡Quieto ahí!”. De inmediato sonaron los disparos. Como no volvió a escuchar la voz de Silvio, su hermano dedujo que lo habían alcanzado.

Pudo escapar y, ya de vuelta en casa, relató a sus padres y hermanos lo ocurrido. El temor se apoderó de la familia. Pasaron varios días antes de atreverse a denunciar la desaparición de Silvio. Padres y hermanos fueron interrogados durante horas por agentes de la Stasi, que presionaban en busca de mayor información, y les decían que ninguna persona con ese nombre figuraba como muerta y que esa noche nadie había cruzado ilegalmente la frontera.

La familia sólo pudo conocer la verdad en 1990, tras la caída del Muro: las balas habían penetrado en el vientre de Silvio Poksch. Murió desangrado. Tenía 21 años. El cadáver fue retirado de la morgue por la Stasi y desapareció sin dejar huellas.

Impunidad

La fiscalía de Magdeburgo piensa abrir una investigación sobre el caso del combatiente solitario Manfred L., aunque en todas las indagatorias y procesos judiciales relacionados con el tema ha imperado la impunidad. Sólo seis comandantes de las tropas fronterizas de la RDA fueron condenados, en 1996, a la reclusión carcelaria.

El jefe de la fuerza, Klaus-Dieter Baumgarten, fue indultado por el Senado berlinés cuatro años más tarde, y de los soldados a su cargo únicamente dos cumplieron penas de prisión, mientras que a otros 77, igualmente condenados, se les permutó la pena por un régimen de libertad vigilada. En 1989, la Stasi contaba con 91 mil agentes de carrera y 173 mil colaboradores no oficiales. Solamente su jefe, Erich Mielke, fue sentenciado en 1993 a seis años de prisión, pero por un delito previo.

Desde la Oficina Federal de Actas de la Stasi, su titular, Marianne Birthler, manifiesta que la aparición del documento en cuestión demuestra la necesidad de que se siga investigando. El organismo es muy cuestionado, por tener todavía entre sus empleados a antiguos colaboradores de la Stasi, y por no abrir las actas a los investigadores particulares.

“En la RDA había orden de eliminar a las personas que intentaran violar la frontera, cuando esto no se podía evitar de otra manera”, comenta Christof Schaefgen, quien fue fiscal de los procesos que se siguieron contra Erich Honecker a partir de 1990.

No le extraña la ausencia de órdenes escritas por parte del gobierno para tirar a matar. “Ningún régimen describe sus procedimientos de manera clara cuando sabe que comete un delito”, dice. “Pero cuando mujeres y niños son muertos en la frontera, y a los culpables no se los acusa, sino que se los condecora, está muy claro cuál es la orden que rige de hecho.”

No hay comentarios.:

Canal de Videos