¡Socorro, llegan los yanquis!
François Soudan
Jeune afrique
La creación del Africom, centro de mando militar estadounidense destinado al Magreb y al sur del Sahara, suscita vivas polémicas. Por qué y cómo Washington intenta enrolar al continente en su guerra contra el terrorismo.
En la web oficial del DOD (Departamento de Defensa estadounidense), con la firma del United States Africa Command, una oferta de empleo, como mínimo sorprendente, llama la atención estos días. “Si usted busca una nueva oportunidad para su carrera, nosotros le invitamos a unirse a un equipo histórico. Una estancia en el Africom le ofrecerá la posibilidad de enriquecer su currículum profesional. Africom es su oportunidad de cambio para trabajar en una organización eficaz e imaginativa. Africom, un nuevo estilo de mando”.
A pocos días de su prelanzamiento, previsto a principios de octubre en Stuttgart, y a menos de un año de su entrada en funcionamiento en el continente, el centro de mando militar estadounidense para África (Africom) recluta. A la cabeza de esta nueva estructura, cuya creación anunció George W. Bush el pasado mes de febrero, se ha nombrado al general afroestadounidense William “Kip” Ward de 58 años, quien espera que esta campaña de seducción lanzada a sus compatriotas tenga más éxito que la que lleva a cabo desde hace varios meses, de capital en capital africana, para encontrar un país de recepción para su futuro cuartel general.
Aunque quizá este continente es la región del mundo donde el sentimiento antiestadounidense está menos pronunciado hoy (sobre todo en la zona subsahariana), hasta ahora sólo un país ha ofrecido oficialmente sus servicios: Liberia. Eso sí, en términos de interés estratégico, logístico y económico –hay que reconstruirlo todo, o casi- y sin duda trata de la elección menos interesante para el Pentágono, que piensa instalar un potente QG (cuartel general, N. de T.), de entre 400 y 700 hombres, del que dependerán varios puntos de apoyo dotados con infraestructuras ubicadas con anterioridad -combustible, municiones, etcétera-, todo ello según las normas del ejército de Estados Unidos.
Frente a la trinchera diplomática erigida por Sudáfrica y en menor medida por Argelia y Libia, el injerto Africom tiene dificultades para arraigar. Hasta el punto de que el Pentágono ha tenido que desistir del plazo de febrero de 2008 para finalizar el proceso de selección del país huésped. Los antiAfricom recibieron a finales de septiembre un apoyo inesperado del ex presidente del Banco Mundial, halcón al parecer arrepentido de la administración Bush, Paul Wolfowitz: “No estoy convencido de que el Africom, cuya creación me sorprendió, sea una buena idea”, explicó. “Puedo comprender perfectamente que los africanos, que no han olvidado el apoyo que brindamos en el pasado a dictadores como Mobutu, expresen reticencias en cuanto a la presencia de soldados estadounidenses en su territorio”. Si se añaden el escepticismo de Francia y las sospechas de China -que cree detectar en este proyecto una voluntad de frustrar sus ambiciones comerciales en el continente-, así como las protestas de todos los que opinan que el Africom es un medio para implicar a África en la guerra mundial contra el terrorismo, tenemos un coro completo. Evidentemente los estadounidenses, que siempre tienen dificultades para admitir hasta qué punto llega la impopularidad de su política exterior, no se esperaban semejante acogida.
Por lo tanto, ¿renunciarán al Africom? “Totalmente imposible”, responde Washington. Como prueba está el extenso argumento a favor del proyecto difundido recientemente por el Pentágono y firmado por la secretaria adjunta a la Defensa para los Asuntos Africanos, Teresa Whelan. En el capítulo “Africom, mitos y realidades”, se puede leer que el ejército estadounidense no tiene la intención de instalar nuevas bases permanentes en el continente, que su presencia será “relativamente modesta y discreta”, que el Africom incluirá un gran componente civil y humanitario, que la preocupación de proteger las fuentes de suministro de energía de Estados Unidos no es fundamental y que el conjunto del proyecto sólo responde a una preocupación de racionalización de los distintos mandos estadounidenses en el mundo. Una pequeña autocrítica: Whelan admite que el Africom debería haberse puesto en marcha… antes. Sin embargo, al volver la página, algunas líneas extraídas de la hoja de ruta del Africom ponen la mosca tras la oreja: “El US Africa Command”, se puede leer, “podrá, en determinadas circunstancias, llevar a cabo operaciones militares con el fin de rechazar las agresiones y responder a las crisis”. El diablo siempre se esconde en los detalles…
Realmente, tras la fachada de Peace Corps de la operación, hay un enfoque más belicista y una intención de reconvertir el continente en los términos de información, presencia diplomática (actualmente Estados Unidos tiene menos embajadas en África que China) y capacidad de acción militar que conlleva el proyecto Africom. La visión típica desde septiembre de 2001 ya experimentada -¡con el éxito que todos conocemos!- en Oriente Próximo, que consiste en vincular contraterrorismo, preocupación humanitaria y promoción de la buena gobernanza en un marco estratégico unificado, sirve de taparrabos a la continuación y refuerzo de una expansión militarista evidente desde hace seis años: a la implantación de una potente base permanente en Yibuti sucedieron la Pan Sahel Initiative (PSI), las intervenciones de la CIA en Somalia contra los Tribunales Islámicos (que fracasaron ostentosamente), la transformación de la Etiopía del neodictador Meles Zenawi en centro de detención e interrogatorio de presuntos yihadistas, la instalación de una potente estación de escucha en Santo Tomé, las negociaciones de facilidades navales y aéreas con una docena de países, de Mozambique a Mauritania, y la construcción de nuevas embajadas bajo las normas de seguridad establecidas tras el 11 de septiembre.
Todos los programas de formación de los ejércitos africanos para el mantenimiento de la paz de los años noventa, dirigidos por instructores estadounidenses, evolucionaron hacia el entrenamiento de fuerzas especiales antiterroristas. Esta expansión global así como la necesidad de proteger los campos de petróleo del Golfo de Guinea (entre el 15% y el 20% de las importaciones de crudo actuales de EEUU, que llegarán al 35% en quince años) convirtieron en un imperativo, a los ojos estrategas del Pentágono, la instauración de un mando único y específico para todo el continente, que hasta ahora depende de tres direcciones diferentes (Eucom, Centcom y Pacom).
Pero ¿África tiene algún interés en ver a los soldados yanquis campar por sus respetos en su territorio? Si existe, este interés no puede ser más que transitorio y puramente económico para el país que finalmente acepte albergar el Africom, ya que los demás no ven claros los aspectos de paz y estabilización ni la garantía de futura prosperidad que puede representar esta enorme, ostentosa y unilateral presencia estadounidense. Washington no consultó a nadie antes de imponer el Africom, se contentó con simples giras informativas obviamente poco convincentes. Además de que atraerá a los terroristas más que rechazarlos y de que toma a África como rehén de una política exterior como mínimo cuestionable, esta nueva estructura estará únicamente al servicio de los intereses de seguridad de Estados Unidos cualquiera que sea la cobertura semántica (asociación, concertación, intereses mutuos, etcétera) que se utilice para conseguir que se trague la píldora.
¿Quién estará después realmente en condiciones de oponerse a las órdenes del Africom cuando decida, por ejemplo, enviar una fuerza de reacción rápida a “limpiar” el Delta del Níger, o incluso si pretende intervenir contra regímenes catalogados como hostiles o peligrosos, como Eritrea, Zimbabue o Sudán?
Seguramente todavía se está a tiempo de limitar los daños previsibles y exigir, como ha hecho Sudáfrica, que el puesto de mando Africom se establezca en Europa y no en el continente. Y aprovechar para recordar una pretensión elemental de soberanía desgraciadamente olvidada: el cierre de todas las bases militares en África, empezando por las francesas, cuya persistencia parece cada vez más anacrónica. Es lo que señaló hace algunos días, mezza voce, en el Consejo de Seguridad de la ONU en Nueva York, el Presidente de la Comisión de la Unión africana Alpha Oumar Konaré. Pero estaba muy solo. Y sobre todo sin ilusiones.
Texto original en francés:
http://www.jeuneafrique.com/jeune_afrique/article_jeune_afrique.asp?art_cle=LIN30097ausectneuqr0
*François Soudan es el director de redacción de Jeune Afrique y vicepresidente del grupo desde octubre de 1977. Apasionado de África, de la escritura y la información, es autor de los libros: Mandela l'indomptable, París 1977; Kaddafi et la CIA y Le marabout et le colonel, 1992; así como de miles de artículos, reportajes y entrevistas.
*Caty R. pertenece a los colectivos de Rebelión, Cubadebate y Tlaxcala. Esta traducción se puede reproducir libremente a condición de respetar su integridad y mencionar al autor, a la traductora y la fuente.