Lo divino y lo humano Filiberto Ojeda Ríos
por Lisandro Duque Naranjo Saturday, Oct. 01, 2005 at 6:02 PM
lisandroduquenaranjo@yahoo.es
Filiberto Ojeda fundó en la clandestinidad el Ejército Popular Boricua, más conocido como “Los Macheteros”. Su proyecto: la independencia de Puerto Rico de la subordinación a los Estados Unidos.
Filiberto Ojeda Ríos
Lisandro Duque Naranjo
Trescientos miembros del FBI, 20 de ellos francotiradores, transportados todos especialmente desde los Estados Unidos, asesinaron a Filiberto Ojeda Ríos –un hombre de 72 años de edad, con marcapasos, y armado apenas de una pistola–, el pasado 23 de septiembre en el pueblo de Hormigueros, Puerto Rico. La noticia se suministró por televisión y algunos medios como si se tratara de un asaltante que se enfrentó a las autoridades luego de robar un camión lleno de dinero. Pero la historia es muy otra, y estamos frente a un personaje que seguramente va a convertirse en un mito de la cultura y la política de Puerto Rico.
Filiberto Ojeda fue, hasta comienzos de los años ochenta, trompetista de la celebérrima orquesta “La Sonora Ponceña”. Un día, sin embargo, desapareció de los bailaderos y de las disqueras, y volvió a saberse de él porque encabezó, en Hartford, Connecticut, un exitoso asalto a un camión pagador de la Wells Fargo, al que aligeró de siete millones de dólares con los que fundó en la clandestinidad el Ejército Popular Boricua, más conocido como “Los Macheteros”. Su proyecto: la independencia de Puerto Rico de la subordinación a los Estados Unidos. Se inspiraba Ojeda en el “Grito de Lares”, esa gesta libertaria del 23 de septiembre de 1868, en la que un puñado de rebeldes, con más dignidad que experiencia, intentó emancipar a su isla del dominio español, obteniendo del enemigo una respuesta que los exterminó a todos sin piedad. Cautivaba a Ojeda, también, la figura y el ejemplo del ilustrado mulato Pedro Albizu Campos, quien protagonizó un levantamiento armado el 30 de octubre de 1950 contra Estados Unidos, el que le fracasó y a causa del cual fue sometido —por el FBI y la CIA—, a torturas con radiaciones atómicas que le causaron la muerte en 1965, lo que conmocionó a los boricuas que le hicieron unos funerales fastuosos, declarándolo desde entonces “el padre de la patria”.
Luego del asalto a la Wells Fargo, Filiberto Ojeda fue capturado. Como pagó una fianza de un millón de dólares, obtuvo la libertad vigilada, la que burló el 23 de septiembre de 1990, fecha simbólica, quitándose del tobillo el dispositivo electrónico con que las autoridades americanas controlaban sus desplazamientos. Desde entonces, se convirtió en el puertorriqueño más buscado por los gringos, quienes lo condenaron en ausencia a 55 años de prisión, no tanto por ladrón como porque divulgó su propósito de liderar la independencia de Puerto Rico.
Con el botín logrado, y ya en Puerto Rico en condición de fugitivo, Filiberto Ojeda organizaba junto a sus compañeros sorpresivas entregas de dinero y útiles a los pobres de San Juan y otras ciudades borinqueñas. “El Rey Mago” le decían los del pueblo a ese Robin Hood que, además, desde la clandestinidad, redactaba manifiestos independentistas y llamados a la unidad que se distribuían profusamente. Entre los muchos nombres ficticios que usó estaba el de “Pedro Almodóvar”.
Estamos, pues, ante un insurrecto gallardo, nada violento, posiblemente intemporal, y a partir de ahora legendario. Quizás uno de los últimos románticos, sobre todo por su empecinamiento en la idea de que Puerto Rico renuncie a su –para muchos insoportable, pero para la mayoría muy cómoda y privilegiada– condición de “Estado Libre y Asociado”, y se convierta en una república autónoma.
La independencia total de Puerto Rico tiene mucho de quimérico, pues son mayoría los ciudadanos de la isla que prescinden del ideario de nación, aunque culturalmente los atraiga, con tal de beneficiarse materialmente de su situación de “asociados”, una fórmula ambigua que les concede el derecho a tener Parlamento propio y gobernador elegido, pero que les impide votar para presidente, no obstante la Casa Blanca ser el lugar donde deciden por ellos. En cuanto a los partidarios de la independencia, cuando hay votaciones, apenas fluctúan entre el 6% y el 8%. Hay también otro partido, el anexionista absoluto, que carece de fervor entre los electores.
Sin embargo, los americanos tratan a los independentistas como si algún día pudieran en realidad hacerles perder su jurisdicción sobre la isla. Por algo será. Pruebas de ese temor latente han sido los múltiples asesinatos que durante el siglo XX han causado entre quienes reivindican un Puerto Rico libre. La última la dieron con el crimen de Filiberto Ojeda Ríos. La misma fecha escogida para matarlo –el 23 de septiembre de 2005, 137 años después del “Grito de Lares”, y 15 años después de que hubiera roto el grillete electrónico de su pierna– no tiene nada de casual.
El FBI le montó un cerco de tres días a Ojeda. Éste los enfrentó gritando consignas de independencia, uniformado de campaña, y una simple pistola con la que les hirió a dos hombres. Los sitiadores, exhaustos de disparar sin resultados, hicieron traer de Virginia a un francotirador que le disparó desde un helicóptero. Su perrita, “Caoba”, también fue acribillada. Minutos antes, Ojeda había planteado entregarse, pero sólo en presencia de un periodista, Jesús Dávila, quien le inspiraba confianza. Pero su llamado fue desatendido. Luego de herido, lo dejaron desangrándose 17 horas, ante el estupor de miles de testigos y la indignación de dirigentes de todos los partidos.
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