Los cinco cubanos
La política anticastrista de Bush se ensaña contra cinco cubanos a quienes llama “espías”
Yenise Tinoco / David Cilia, fotos / enviados
Es la familia de Ramón Labañino, uno de los cinco presos cubanos en Estados Unidos acusados de espionaje y de atentar contra la seguridad nacional del país norteamericano. Tras la culminación de un juicio parcial, realizado en Miami, Labañino fue sentenciado a cadena perpetua en una cárcel de Texas, donde es visitado una vez cada año y medio por su esposa e hijas.
Ramón Labañino, Gerardo Hernández, Antonio Guerra, Fernando González y René González fueron detenidos el 12 de septiembre de 1998 en la ciudad de Miami, adonde habían llegado entre 1990 y 1992. Algunos, con su familia; otros, solos. Su misión: infiltrarse en organizaciones anticastristas, con el fin de que el gobierno cubano conociera y pudiera adelantarse a los planes de éstas contra
Una escalera angosta y un pasillo oscuro llevan a la puerta del departamento 201, donde una mujer joven, de cabello rubio y tez clara, abre tímidamente la puerta; es Elizabeth Palmeiro, esposa de Ramón, quien vive en el lugar desde hace más de 15 años sólo con sus dos hijas, Lizbeth y Laura.
Con la vista extraviada en un ventilador, que mitiga el calor de 32 grados centígrados, Elizabeth refresca su frente con un paño húmedo. Entonces comienza a recordar los días en que su esposo le dijo que iba a trabajar en una misión diplomática a España. Ramón había recibido la encomienda, del gobierno cubano, de infiltrarse en organizaciones antirrevolucionarias en Miami.
Sola y embarazada de su primera hija –Laura, hoy de 14 años–, a la que Ramón no conoció sino hasta que la niña cumplió su primer año, trató de seguir su vida como hasta antes de que partiera su esposo, ajena a la realidad que vivía él, como un supuesto disidente cubano en Estados Unidos.
Fue hasta el momento de la detención cuando un compañero de Ramón, en el Ministerio, le dijo dónde se encontraba en realidad su marido y qué era lo que hacía. Ramón, junto con otra decena de cubanos, había sido detenido por agentes del Buró Federal de Investigaciones (FBI, por sus siglas en inglés) en Miami, donde vivía desde su salida de Cuba en 1992.
“Ahí Ramón se descubrió para mí como otra persona. Yo no tenía exacta magnitud de lo que él estaba haciendo. Estaba resignada a que mi esposo por su trabajo estuviera mucho tiempo fuera de la casa y regresara sólo unos días de vacaciones, habíamos adaptado nuestra vida a eso. Pero saber que estaba preso y no tener idea de cuándo regresaría lo cambio todo”, dice.
Elizabeth comenta que desde el momento de la detención “los cinco”, como son llamados en Cuba, fueron llevados a celdas de castigo. Los estadunidenses violaron sus propias leyes que señalan que un detenido sólo puede ser puesto en aislamiento por espacio de 90 días y después de encontrarlo culpable de una falta dentro de la prisión.
“Nuestros familiares fueron llevados de las casas, donde los detuvieron, directo al aislamiento y así los mantuvieron por 17 meses. No existe otro preso en Estados Unidos que haya estado en esas condiciones. Y salieron del aislamiento un mes antes de que iniciara el juicio donde, pese a todas las pruebas presentadas, fueron encontrados culpables”, dice.
Juicio parcial
En mayo de 2005, el grupo de trabajo de
Además, condena el uso de pruebas clasificadas y la reclusión de los acusados en régimen de aislamiento durante meses antes del juicio, lo que dificultó el acceso a las pruebas y la comunicación de los inculpados con sus abogados.
Al respecto, también un tribunal de apelación en Estados Unidos, en agosto de 2005, anuló la sentencia condenatoria de “los cinco”. Y ordenó la realización de un nuevo juicio por considerarse que la hostilidad contra los cubanos partidarios de Castro imperante en Miami había sido perjudicial para los acusados.
Sin embargo,
Desde el momento de la detención y hasta el inicio del juicio –dos años después de su arresto–, la prensa local en Miami llevó a cabo una campaña de desprestigio y desinformación entorno a “los cinco”. Miami, que se ubica a
Familiares y abogados de los acusados (designados por el gobierno estadunidense) solicitaron a la jueza, Joan Lenard, cambiar de sede por considerar que en aquella ciudad no se tendría un juicio imparcial, pero no obtuvieron una respuesta positiva.
El cambio de sede, explica Elizabeth, es un proceso que ocurre a diario en Estados Unidos. Pero en el caso de ellos –agrega– no se accedió a la petición. Al final, fueron encontrados culpables de todos los cargos, incluso en aquellos casos donde la fiscalía retiró la acusación, como ocurrió con Gerardo, quien en un principio era acusado de homicidio en primer grado.
Niegan visas a esposas
En 2007, Amnistía Internacional exhorta una vez más a las autoridades estadunidenses a que revisen detenidamente su decisión de no conceder visados temporales a las esposas de René, Olga, y de Gerardo, Adriana.
El gobierno estadunidense ha rechazado las solicitudes de visado temporal de ambas mujeres, aduciendo razones relacionadas con “terrorismo”, “espionaje”, “seguridad nacional” e incluso “emigración”. Sin embargo, ninguna de las dos ha sido acusada jamás de tales delitos, ni tampoco sus esposos acusados ni declarados culpables de terrorismo.
En el caso de Adriana, esposa de Gerardo, desde hace más de nueve años se tiene que conformar con hablar por teléfono con él. El gobierno de Estados Unidos le ha negado en nueve ocasiones la visa para entrar al país.
Sola, sin hijos, Adriana dedfiende la inocencia de su esposo y de los otros cuatro cubanos. Ella pide un visado humanitario que le brinde la oportunidad de ver de nueva cuenta a Gerardo, a quien las visitas en la prisión le escasean, ya que sólo tiene por familiares a una hermana, Isabel, y a su madre enferma, quien se ve impedida de salir de Cuba.
Isabel comenta que ante la enfermedad y “avanzada edad” de su madre, cada día se le dificulta más realizar visitas en la prisión. Por eso, agrega, luchamos porque mi cuñada pueda acudir a verlo, “yo no puedo, tengo que cuidar a mi madre”.
Violación de derechos humanos
Elizabeth Palmeiro menciona que de los 17 meses que los prisioneros estuvieron en aislamiento, seis de éstos fueron en incomunicación total: cada uno en una celda.
“Ramón me dice en las cartas que en esa época pensaba que iba a perder la capacidad del habla y del oído, porque nadie le hablaba, nadie le decía nada, era el silencio total.
“Además, mi esposo tenía otra identidad cuando lo detuvieron; él era Luis Medina. Eso provocó que durante 27 meses no tuviera contacto conmigo, él estaba clandestino en Estados Unidos”.
Con dos hijas de uno y cinco años, Elizabeth tuvo que enfrentar el encierro de su marido y convertirse en padre y madre. “Las niñas no sabían nada, ni la más grande; yo les escribía cartas en la computadora de parte de él, las imprimía y les decía: ‘papá les escribió una carta’. Ramón no podía escribir en un principio por el aislamiento. La vida nos cambió completamente en ese momento”.
Por primera vez durante la entrevista, a Elizabeth se le quiebra la voz: “Vivo triste, pero no puedo darle mucho tiempo a la tristeza y al dolor que siento, que es muy grande. Ramón hace 15 años no está en la casa, pero una se adapta y crea mecanismos para no destruirse y trata de mantener la vida como si él estuviera. Pero sola, al cerrar esa puerta, la realidad es otra”.
Con la voz aún entrecortada, Elizabeth cuenta que al enterarse de la detención de Ramón lloró por más de 22 días, con una mezcla de dolor y orgullo. Dolor porque sabía que era terrible el futuro que venía; orgullo porque descubrió qué era lo que hacía su esposo.
“A partir de ese día lo quería más, se me convirtió en un gigante, era una persona que había sido capaz de sacrificar tantas cosas. No es fácil que alguien deje la posibilidad de ver nacer y crecer a sus hijas, de compartir con ellas, de vivir conmigo. Por la situación en la que está, lo vemos y convivimos con él muy poco”.
En el caso de los “familiares afortunados”, dice, visitan una vez cada año y medio a sus parientes. Ella ha ido a verlo seis veces en nueve años; en cinco ocasiones, con las niñas. El gobierno estadunidense expide la visa por 30 días y las visitas son sólo los fines de semana.
Elizabeth comenta que su hija más pequeña –Lizbeth, hoy de 10 años– conoció a Ramón en la prisión, cuando ésta tenía cinco años y Laura lo dejó de ver cuando tenía la misma edad, y lo volvió a ver a los nueve años, es decir, ambas han convivido con su padre en la cárcel, donde las caricias están permitidas sólo en la bienvenida y despedida del penal.
El chantaje
El 12 de septiembre de 1998, cuando Olga Salanueva presenció la detención de su esposo, René González, ninguno de los dos imaginó que el ensañamiento contra ellos y sus hijas apenas comenzaba. A ella, el gobierno de Estados Unidos le ha negado en ocho ocasiones la visa; por lo cual su hija –Ivette–, menor de edad, no conoció a su padre hasta enero del año pasado, que realizó el viaje con su hermana mayor, hoy de 22 años y estudiante de psicología.
René González, piloto de aviación, era instructor de vuelo antes del arresto. En Miami, donde radicaba con su esposa y dos hijas desde 1991, estaba infiltrado en Hermanos al Rescate, organización dedicada a “rescatar balseros cubanos en aguas internacionales”, que dirige José Basulto, quien participó en la invasión de Bahía de Cochinos, en Cuba.
Roberto Hernández, hermano de René, comenta que tanto él como su hermano son estadunidenses por nacimiento, de padres cubanos, quienes después del ataque a playa Girón decidieron regresar a vivir a Cuba con sus dos hijos, en ese tiempo de uno y dos años de edad.
Al momento del arresto, menciona Roberto, el gobierno de Estados Unidos le propone un acuerdo a René: si él se declara culpable de conspirar contra el país, no lo llevan juicio, le prometen una condena corta y el estatus migratorio de su esposa (de origen cubano) se ajustaría al de él. René no aceptó.
Olga estuvo con sus dos hijas en territorio estadunidense sin ningún problema de
El 15 de agosto de 2000, Olga es arrestada y llevada a la prisión donde se encontraba René, para que éste la viera; por tercera ocasión le ofrecen negociar con él la permanencia de su esposa e hijas en el país. Ante la negativa, tres meses después, ella es deportada a Cuba, en compañía de su hija mayor –Irma –. Ivette, ciudadana estadunidense, viajó aparte en compañía de su abuela paterna rumbo a
EU sabía de “los cinco”
Roberto menciona que Estados Unidos sabía que “los cinco” estaban en territorio estadunidense. “La hipocresía está en que esos hombres están trabajando en Estados Unidos, buscando información sobre acciones delictivas que de alguna manera Cuba se las hacía llegar a los norteamericanos vía indirecta. Los mismos cinco levantaban un teléfono público y denunciaban alguna acción delictiva, que se fueran a realizar contra
Sin embargo, agrega, en 1998 Estados Unidos decide detener a los cinco y llevar acabo uno de los juicios más largos de la historia de aquel país. Duró siete meses e involucró a 74 testigos; la defensa mandó llamar tres generales, un almirante y un asesor del presidente.
“Presentaron el caso como si fueran cinco espías; no obstante, el concepto de espionaje tiene que ver con seguridad nacional, no se aplica a personas que buscan información sobre grupos privados. Los generales que la defensa llamó a declarar dijeron que no habían, en la información incautada, datos relacionados con la defensa nacional de Estados Unidos”, explica Roberto.
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