LAS METÁFORAS DEL NARCO Y EL SILENCIO DE LA GUERRILLA
Jorge Lofredo
jorge.lofredo@gmail.com
¡Ladran Paco!
Para Francisco Rodríguez y su familia,
solidaria e incondicionalmente.
[Crédito de la fotografía: José Luis Camacho]
¿En qué etapa se encuentra la guerrilla mexicana mientras se desarrolla la vorágine violenta en distintos puntos de la República Mexicana? La violencia de los narcomensajes marca una dinámica de la cual las organizaciones político-militares parecen estar excluidas.
I— Donde la amenaza al Estado Mexicano se define a través de la metáfora más acabada y cruel del cuerpo mutilado (narcomensajes), la inactividad militar de la guerrilla es una de las formas que asume su diferenciación respecto de las otras violencias que se presencian a diario. De allí, que lo ideológico diferencia a la guerrilla de otras bandas, que no se ensaña con sus víctimas: su mensaje ya no es una manifestación criminal sino que el silencio armado cobra un significado político diferenciador. Esta es la mayor distancia, al menos en este aspecto, que se evidencia entre las bandas narco y las organizaciones político-militares.
II— Silencio armado como expresión y consecuencia del proceso político que se está desarrollando en la clandestinidad: aquél no ha iniciado en esta coyuntura sino que, muy por el contrario, proviene de una decisión asumida con anterioridad. Más aún, desde antes de 1996 y hasta la fecha ha sido quebrado en pocas oportunidades y dividido en lapsos prolongados. Un ente rector –denominador común– que no refiere únicamente a debilidad logística sino también a una necesidad táctica (por tanto, no es un fin en sí mismo sino que resulta una tarea entre otras dentro de un marco estratégico mayor): la acumulación de fuerzas.
III— Es un silencio constitutivo, que “indica que para decir es preciso no decir”, como expone en su trabajo acerca del discurso zapatista (1). Por tanto, no se trata de ausencia de política: más allá de la razón de seguridad privativa de toda organización que se desarrolla desde y en la clandestinidad, también refiere a “una forma de significar diferente a la de la palabra” (2). En un comunicado dividido en dos partes consecutivas, Tendencia Democrática Revolucionaria-Ejército del Pueblo argumentaba al respecto: “Los hechos silenciosos son, en definitiva, acciones concretas que por más que se quieran esconder o deformar, encontrarán, como el agua subterránea, una grieta por donde su verdadera naturaleza pueda salir a la superficie, en el momento y lugar oportunos” (3). El silencio como prólogo no de la palabra sino de la acción futura e inminente.
IV— Además compone, paradójicamente, un discurso donde se define su presente etapa: la combinación de todas las formas de lucha. (El límite entre lo legal e ilegal se diluye; sólo en lo ideológico se observará algún resguardo para sus políticas, pero el objetivo final permanecerá invariable.) La inactividad militar y la ausencia de acciones de propaganda armada –o cualquiera otra actividad que implique su presencia más allá del espacio virtual– conforman apenas un instante de este momento político clandestino. Al silencio esgrimido para diferenciarse del contexto de violencia brutal y criminal se corresponde otro, ahora de distinta especie, provocado por la avalancha informativa en torno del crimen organizado, bandas narco y delincuenciales. Los operativos impulsados por la administración federal y la cobertura que los medios de comunicación les otorga (a los operativos y a los incontables asesinatos) confirman esta cuestión: en la agenda, no hay mucho más allá que esta circunstancia.
V— Alain Joxe (4) propone una aproximación al contexto actual, planteando un escenario tripartito: “las guerrillas están siendo estructuralmente desviadas de su enfrentamiento-negociación binaria con el Estado nacional mediante la imposición de la presencia de los narcos pertenecientes a la lógica neoliberal, aun si combaten seriamente al Estado. La tríada Estados-narco-guerrilla introduce una complejidad combinatoria confusa y obliga a hablar de ‘violencia’ en lugar de ‘guerra civil’.” El narco, como producto del sistema, encarna un nuevo frente al cual la guerrilla deberá enfrentar o sucumbir. Y quizá, ante esta situación, es donde se produce la disyuntiva más difícil para los grupos revolucionarios.
VI— El narco se presenta como una fuerza ubicua y estructurada: ejércitos sobredimensionados en pos y por la imposición/expansión de poder, control y administración de sus áreas de dominio, tanto territorial como social. Sin embargo, los ajustes de cuentas, cuya resultante deriva en el ensañamiento de los cuerpos, no es el emergente exclusivo de la conquista territorial sino que encuentra su vinculación en el quehacer cotidiano, obviamente violento, que realizan estos grupos. Al respecto, señala Lilian Paola Ovalle (5): “decidir no pagar las deudas, filtrar información privilegiada, apropiarse de mercancía ajena y la competencia desleal son las principales razones de las represalias violentas que se gestan en el mundo del narcotráfico”.
VII— En el mismo contexto, las organizaciones político-militares no agregan cuotas de violencia debido a enfrentamientos internos, los que sí han sucedido hasta hace relativamente poco tiempo, ni tampoco han reivindicado acciones que, inmersas en la vorágine violenta, no se expresan con el modus operandi acostumbrado de las bandas armadas. Tampoco críticas, vía comunicados o escritos, se han dejado oír en estos meses. Ningún episodio que condiciona la relación interna de las organizaciones se ha conocido. La violencia, como forma de relación entre los grupos ilegales que se dedican al narcotráfico (siguiendo la línea argumental de Liliana Paola Ovalle, ya citada) no se presenta hoy de la misma manera entre las organizaciones político-militares, aun cuando guardan una tradición similar (reducida a la “leyenda negra” heredada del PROCUP).
VIII— “Es la ideología la que diferencia a una organización guerrillera de un grupo armado”, subraya el Movimiento Revolucionario Lucio Cabañas Barrientos en un escrito reciente (6). Sin embargo, el divisionismo que ha impregnado al movimiento guerrillero en su conjunto ha derivado en la conformación de sectas, en algunos casos, o grupúsculos, en otros; todos con altos grados de ideologización y homogeneidad interna. Al contrario de esta afirmación, comenzado ya el ciclo de desprendimientos y rupturas intestinas, se afirmó que no ha sido lo ideológico el único factor desencadenante: las acusaciones apuntaban hacia la bifurcación de intereses entre el sentido original del proyecto y la actitud de los inconformes, que acabaron luego construyendo nuevas denominaciones. La solidez de la reserva ideológica determina el grado de impermeabilidad para que éstos no sean alcanzados por intereses ajenos a los que manifiestan políticamente.
IX— Estas metáforas del narco y el silencio de la guerrilla procuran ahondar en esos espacios de conflictividad, hoy mayúsculos, que no encuentran una referencia que permitan explicarlos a cabalidad. Metáforas, en este caso, no por carencia de contenido sino por su vacío significativo. Demanda así de sustitución: la imagen del cuerpo mutilado no se explica por sí misma sino que es necesario dotarla de un significado, necesario para entender el proceso que se desencadena tras ella. Alcanzado el objetivo podrá descubrirse la distancia entre una expresión, el narco, y la otra, la guerrilla.
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(1) Dalia Ruiz Avila, “El silencio y su significación. Análisis del discurso zapatista”, Memoria, julio, 2002, núm. 161, p. 17.
(2) Enrique Rajchenberg y Catherine Héau-Lambert, “Los silencios zapatistas”, Chiapas, 2004, núm. 16, p. 52.
(3) La muerte del silencio, parte I: 21 de marzo; parte II: 5 de abril de 2004.
(4) “Siete características de las guerrillas latinoamericanas”, Chiapas, 1997, núm. 5, p. 42.
(5) Lilian Paola Ovalle, “‘Ajustes de cuentas’: Sicarios y muertes en Baja California”, Arenas, invierno, 2007, núm. 10, p. 87.
(6) Postdata a la Postdata, 7 de enero de 2007.
Jorge Lofredo
jorge.lofredo@gmail.com
¡Ladran Paco!
Para Francisco Rodríguez y su familia,
solidaria e incondicionalmente.
[Crédito de la fotografía: José Luis Camacho]
¿En qué etapa se encuentra la guerrilla mexicana mientras se desarrolla la vorágine violenta en distintos puntos de la República Mexicana? La violencia de los narcomensajes marca una dinámica de la cual las organizaciones político-militares parecen estar excluidas.
I— Donde la amenaza al Estado Mexicano se define a través de la metáfora más acabada y cruel del cuerpo mutilado (narcomensajes), la inactividad militar de la guerrilla es una de las formas que asume su diferenciación respecto de las otras violencias que se presencian a diario. De allí, que lo ideológico diferencia a la guerrilla de otras bandas, que no se ensaña con sus víctimas: su mensaje ya no es una manifestación criminal sino que el silencio armado cobra un significado político diferenciador. Esta es la mayor distancia, al menos en este aspecto, que se evidencia entre las bandas narco y las organizaciones político-militares.
II— Silencio armado como expresión y consecuencia del proceso político que se está desarrollando en la clandestinidad: aquél no ha iniciado en esta coyuntura sino que, muy por el contrario, proviene de una decisión asumida con anterioridad. Más aún, desde antes de 1996 y hasta la fecha ha sido quebrado en pocas oportunidades y dividido en lapsos prolongados. Un ente rector –denominador común– que no refiere únicamente a debilidad logística sino también a una necesidad táctica (por tanto, no es un fin en sí mismo sino que resulta una tarea entre otras dentro de un marco estratégico mayor): la acumulación de fuerzas.
III— Es un silencio constitutivo, que “indica que para decir es preciso no decir”, como expone en su trabajo acerca del discurso zapatista (1). Por tanto, no se trata de ausencia de política: más allá de la razón de seguridad privativa de toda organización que se desarrolla desde y en la clandestinidad, también refiere a “una forma de significar diferente a la de la palabra” (2). En un comunicado dividido en dos partes consecutivas, Tendencia Democrática Revolucionaria-Ejército del Pueblo argumentaba al respecto: “Los hechos silenciosos son, en definitiva, acciones concretas que por más que se quieran esconder o deformar, encontrarán, como el agua subterránea, una grieta por donde su verdadera naturaleza pueda salir a la superficie, en el momento y lugar oportunos” (3). El silencio como prólogo no de la palabra sino de la acción futura e inminente.
IV— Además compone, paradójicamente, un discurso donde se define su presente etapa: la combinación de todas las formas de lucha. (El límite entre lo legal e ilegal se diluye; sólo en lo ideológico se observará algún resguardo para sus políticas, pero el objetivo final permanecerá invariable.) La inactividad militar y la ausencia de acciones de propaganda armada –o cualquiera otra actividad que implique su presencia más allá del espacio virtual– conforman apenas un instante de este momento político clandestino. Al silencio esgrimido para diferenciarse del contexto de violencia brutal y criminal se corresponde otro, ahora de distinta especie, provocado por la avalancha informativa en torno del crimen organizado, bandas narco y delincuenciales. Los operativos impulsados por la administración federal y la cobertura que los medios de comunicación les otorga (a los operativos y a los incontables asesinatos) confirman esta cuestión: en la agenda, no hay mucho más allá que esta circunstancia.
V— Alain Joxe (4) propone una aproximación al contexto actual, planteando un escenario tripartito: “las guerrillas están siendo estructuralmente desviadas de su enfrentamiento-negociación binaria con el Estado nacional mediante la imposición de la presencia de los narcos pertenecientes a la lógica neoliberal, aun si combaten seriamente al Estado. La tríada Estados-narco-guerrilla introduce una complejidad combinatoria confusa y obliga a hablar de ‘violencia’ en lugar de ‘guerra civil’.” El narco, como producto del sistema, encarna un nuevo frente al cual la guerrilla deberá enfrentar o sucumbir. Y quizá, ante esta situación, es donde se produce la disyuntiva más difícil para los grupos revolucionarios.
VI— El narco se presenta como una fuerza ubicua y estructurada: ejércitos sobredimensionados en pos y por la imposición/expansión de poder, control y administración de sus áreas de dominio, tanto territorial como social. Sin embargo, los ajustes de cuentas, cuya resultante deriva en el ensañamiento de los cuerpos, no es el emergente exclusivo de la conquista territorial sino que encuentra su vinculación en el quehacer cotidiano, obviamente violento, que realizan estos grupos. Al respecto, señala Lilian Paola Ovalle (5): “decidir no pagar las deudas, filtrar información privilegiada, apropiarse de mercancía ajena y la competencia desleal son las principales razones de las represalias violentas que se gestan en el mundo del narcotráfico”.
VII— En el mismo contexto, las organizaciones político-militares no agregan cuotas de violencia debido a enfrentamientos internos, los que sí han sucedido hasta hace relativamente poco tiempo, ni tampoco han reivindicado acciones que, inmersas en la vorágine violenta, no se expresan con el modus operandi acostumbrado de las bandas armadas. Tampoco críticas, vía comunicados o escritos, se han dejado oír en estos meses. Ningún episodio que condiciona la relación interna de las organizaciones se ha conocido. La violencia, como forma de relación entre los grupos ilegales que se dedican al narcotráfico (siguiendo la línea argumental de Liliana Paola Ovalle, ya citada) no se presenta hoy de la misma manera entre las organizaciones político-militares, aun cuando guardan una tradición similar (reducida a la “leyenda negra” heredada del PROCUP).
VIII— “Es la ideología la que diferencia a una organización guerrillera de un grupo armado”, subraya el Movimiento Revolucionario Lucio Cabañas Barrientos en un escrito reciente (6). Sin embargo, el divisionismo que ha impregnado al movimiento guerrillero en su conjunto ha derivado en la conformación de sectas, en algunos casos, o grupúsculos, en otros; todos con altos grados de ideologización y homogeneidad interna. Al contrario de esta afirmación, comenzado ya el ciclo de desprendimientos y rupturas intestinas, se afirmó que no ha sido lo ideológico el único factor desencadenante: las acusaciones apuntaban hacia la bifurcación de intereses entre el sentido original del proyecto y la actitud de los inconformes, que acabaron luego construyendo nuevas denominaciones. La solidez de la reserva ideológica determina el grado de impermeabilidad para que éstos no sean alcanzados por intereses ajenos a los que manifiestan políticamente.
IX— Estas metáforas del narco y el silencio de la guerrilla procuran ahondar en esos espacios de conflictividad, hoy mayúsculos, que no encuentran una referencia que permitan explicarlos a cabalidad. Metáforas, en este caso, no por carencia de contenido sino por su vacío significativo. Demanda así de sustitución: la imagen del cuerpo mutilado no se explica por sí misma sino que es necesario dotarla de un significado, necesario para entender el proceso que se desencadena tras ella. Alcanzado el objetivo podrá descubrirse la distancia entre una expresión, el narco, y la otra, la guerrilla.
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(1) Dalia Ruiz Avila, “El silencio y su significación. Análisis del discurso zapatista”, Memoria, julio, 2002, núm. 161, p. 17.
(2) Enrique Rajchenberg y Catherine Héau-Lambert, “Los silencios zapatistas”, Chiapas, 2004, núm. 16, p. 52.
(3) La muerte del silencio, parte I: 21 de marzo; parte II: 5 de abril de 2004.
(4) “Siete características de las guerrillas latinoamericanas”, Chiapas, 1997, núm. 5, p. 42.
(5) Lilian Paola Ovalle, “‘Ajustes de cuentas’: Sicarios y muertes en Baja California”, Arenas, invierno, 2007, núm. 10, p. 87.
(6) Postdata a la Postdata, 7 de enero de 2007.
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