No es ruptura, es protesta, afirman sus opositores
Nueva Izquierda gana en el mejor estilo de Pirro
“¡Panistas!”, les gritan; “¡Fuera bejaranos!”, responden
No es ruptura, es protesta. La victoria de Nueva Izquierda y sus aliados haría las delicias de Pirro. El congreso del Partido de la Revolución Democrática (PRD), que se ha movido en el filo de la navaja, en los acuerdos ambiguos y en las concesiones mutuas, regala “la nota” en su recta final. Una parte de los delegados abandona la sala lanzando a sus adversarios el peor insulto posible: “¡Panistas!” Los aludidos responden: “¡Fuera bejaranos!”
Fiel a sus absurdos o sujeto de sus contradicciones no resueltas, según se le vea, el PRD se pelea por una frase que ya había aprobado. Página 30 del documento de Línea Política. Veintidós palabras en negritas: “Bajo ninguna circunstancia el PRD reconocerá a Felipe Calderón como presidente de México. Con Calderón no habrá ni diálogo ni negociación alguna”.
Hasta ahí todo marcha “bien”, pese a las quejas de los apabullados en las votaciones. Incluso, en un afán de resolver con rapidez los últimos conflictos se acepta que se agreguen párrafos y párrafos. Excepto uno.
En el tema de la agenda legislativa, el resolutivo que provocará el pleito reza: “Sustitución del llamado Informe presidencial por un debate parlamentario y republicano entre poderes sobre el estado de la nación, en el marco de un nuevo régimen político”.
Enseguida, debajo de un subtítulo que dice “Posición de minoría”, se pretende agregar unas palabras a sugerencia de Gerardo Fernández Noroña: “Manteniendo nuestro rechazo a debatir con quien usurpa la Presidencia de la República…”
No hay acuerdo y se abre el debate. Pablo Gómez sube a defender la posición mayoritaria. Habla del reto lanzado por Andrés Manuel López Obrador a Felipe Calderón a debatir, planteado en un espacio radiofónico. “No me interesa si está equivocado o no…”, dice, y de inmediato es interrumpido por gritos de “¡Obrador, Obrador!”
Sigue, propone que el rechazo a debatir con Calderón en el Congreso se introduzca en un resolutivo especial: “Quien propone el debate es Calderón, maniobreramente, porque quiere legitimación dado que es ilegítimo”.
El siguiente turno es de Martí Batres, quien considera que el párrafo de marras, del debate “parlamentario y republicano”, es simplemente una manera de “dejar viva” la propuesta de dialogar con un gobierno que el PRD considera ilegítimo. “Se equivocaron con la ley indígena, se equivocaron con la ley Televisa, compañeros legisladores, ¡no se equivoquen de nuevo!”
La ovación de un sector se convierte de inmediato en abucheos para el siguiente orador, Carlos Navarrete, coordinador de los senadores, quien recuerda a los congresistas que los mismos legisladores a quienes abuchean impidieron el último Informe “del fantoche de Vicente Fox” y arriesgaron el pellejo en la toma de posesión de Felipe Calderón. “Nunca vamos a decirle ‘señor Presidente’, pero es necesario un nuevo formato de Informe y transformar las reglas”.
En otras palabras, o al menos así lo interpreta buena parte de los delegados, los legisladores quieren echarle aceite al candado que les ha puesto el Congreso.
Apenas termina Navarrete, los congresistas se trenzan en un duelo de consignas. Los del Frente Político de Izquierda co-rean el segundo apellido del “presidente legítimo”, mientras Nueva Izquierda y sus aliados se clavan en las siglas del partido: “¡Pe, erre, dé!”
Curioso. Porque Nueva Izquierda se sumó al coro de “¡Obrador, Obrador!” apenas en 2004, cuando Cuauhtémoc Cárdenas renunció a sus cargos en el partido que fundó.
El tema se va a votación. A ojo de buen cubero se nota el resultado: 447 votos por la propuesta que defiende Batres, contra 660 del bloque Nueva Izquierda y aliados.
En un tris se arma el desastre. A una señal, los delegados del FPI, y quienes se les sumaron comienzan a abandonar el salón. En los pasillos, lanzan a sus adversarios el peor insulto imaginable: “¡Panistas!”. Los otros responden: “¡Fuera bejaranos!” Vuelan las mentadas de ambos bandos.
En las largas escaleras que conducen a la planta baja algunos gritan: “Regresen, regresen”, quizá porque Alejandro Encinas, candidato de los disidentes a la presidencia del partido, sale por un momento a pedirles que no se vayan.
No le hacen caso. Ya para entonces buena parte de los delegados han hecho confeti de sus papeletas para votar. Algunos los rompen para las cámaras, mientras sus dirigentes informan: “Nos salimos del congreso, no del partido”.
Armando Quintero dice que Jesús Zambrano, coordinador nacional de Nueva Izquierda, prometió que retirarían el polémico punto y no cumplió. “Ganaron la votación, pero son una porción minoritaria del amplio movimiento que apoya a López Obrador; aquí adentro ganan, pero en la calle son minoría”.
Ya sin tanto sombrerazo, los líderes del FPI afirman que el acuerdo de marras es “una rendija, la primera piedrita del puente que NI quiere tender con el gobierno panista”.
Adentro sacan cuentas. “Solamente se fueron los bejaranos, Batres y Quintero”, dicen. Y van más allá: “Es un afán patológico, una lógica extrema la de estos compañeros de poner en cada página de nuestros documentos que no reconocemos a Calderón”, dice Saúl Escobar.
Enfrente, al centro del salón y en las primeras filas, está Alejandro Encinas, el candidato de los congresistas que abandonaron la sesión.
En el Hemiciclo a Juárez los disidentes improvisan un mitin. Martí Batres los llama a trabajar y luchar para ganar la dirección del PRD en marzo venidero y sacar a la “minoría de burócratas” que lo controlan ahora. “Todo con la izquierda, nada con los traidores”, dice.
Parece tan lejano el momento en que los líderes de Nueva Izquierda estaban de fiesta. Hace apenas unas horas se placeaban por los pasillos y salas de la sede del congreso con aires de triunfo. Habían logrado documentos de consenso, un ambiguo texto que les garantiza algún margen de maniobra a sus bancadas parlamentarias y, sobre todo, que la elección de marzo venidero sea exclusiva para la militancia. Confían, pues, en que sus avances en la estructura les darán el triunfo, aunque sus dos derrotas anteriores fueron también en elecciones exclusivas para militantes.
Pero la preocupación del momento es otra. No ha pasado una hora de la salida de los disidentes cuando el congreso aprueba un resolutivo especial que ratifica que no habrá debate con Calderón el próximo primero de septiembre, y más, que los legisladores impedirán que dé un mensaje en la tribuna.
“Lo hacen para curarse en salud, para legitimarse”, dicen en el Hemiciclo.
Ahí, José Antonio Rueda, dirigente de una de las corrientes minoritarias, lo dice mejor que otros: “No es una ruptura, es una protesta de un sector importante de delegados que no estuvo de acuerdo en el abuso del aparato que se dio durante todo el Congreso. Nuestra salida fue para decirles que se están pasando”.
El tema que se abrió el año pasado sigue abierto: ¿cuál debe ser la actitud, cuáles las acciones políticas de los legisladores y los gobernantes del sol azteca frente a un gobierno que consideran ilegítimo? Uno y otro bandos consideran que el otro “se está pasando”. Lo mismo habrán dicho los coroneles de Pirro, quien ganaba batallas a costa de regresar solo a casa.
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