Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens |
Entre los xenófobos de Occidente y el fundamentalismo ilógico en las sociedades musulmanas, las alternativas no dejan de empeorar. Una solución mutuamente beneficiosa sólo puede resultar de una política de izquierdas humana, razonada y de principios.
Muchos de nosotros en la izquierda, particularmente en el sur de Asia, hemos preferido comprender el auge del fundamentalismo islámico violento como una reacción ante la pobreza, el desempleo, el mal acceso a la justicia, la falta de oportunidades educacionales, la corrupción, la pérdida de fe en el sistema político, o los sufrimientos de campesinos y obreros. Son verdades parciales, indiscutibles. Los que están condenados a vivir una vida con poca esperanza y felicidad son ciertamente vulnerables a los llamados de demagogos religiosos que ofrecen felicidad en el más allá a cambio de una obediencia incondicional.
También se responsabiliza al imperialismo estadounidense. También es una verdad parcial. Incitado por los ataques del 11 de septiembre de 2001, EE.UU. la emprendió contra los musulmanes casi por doquier. Los neoconservadores estadounidenses pensaron que chasquear el látigo seguramente pondría orden en el mundo. Pero ocurrió lo contrario. Los islamistas ganaron masivamente en Iraq después de una guerra hecha sobre bases fraudulentas por una superpotencia llena de orgullo desmedido, soberbia e ignorancia. “Choque y pavor” se convierte ahora en “largarse y pronto”. EE.UU. deja tras de sí un nido de víboras, desde el cual terroristas curtidos en el combate hallan a hurtadillas su camino a países en todo el mundo. Los sondeos muestran que EE.UU. se ha convertido en uno de los países más impopulares del mundo y que, en muchos sitios, George W Bush es más rechazado que Osama bin Laden. La mayoría de los musulmanes ve que un EE.UU. codicioso de petróleo, en colusión con Israel, forman una fuerza de cruzados que ocupa un centro histórico de la civilización islámica. Al- Qaeda se regocija. Su misión era convencer a los musulmanes de que se trataba de una guerra entre el Islam y la falta de fe. Hoy se vanagloria: ¡Os lo dijimos!
Pero como la pobreza y la privación, el imperialismo y el colonialismo solos no crearon el islamismo violento.
La conciencia no es sólo consecuencia de condiciones materiales; factores arraigados psicológicamente, menos tangibles, también pueden ser muy importantes. Es una verdad palpable que el radicalismo religioso más peligroso proviene de un condicionamiento deliberado y sistemático de las mentes que es frenéticamente propagado por ideólogos en mezquitas, madrazas y por Internet. Han creado un clima en el que causas externas son responsabilizadas automáticamente por todos y cada uno de los males que afligen a la sociedad musulmana. Gobiernos musulmanes tambaleantes, así como dirigentes comunitarios en sitios en los que los musulmanes están en minoría, han aprendido con éxito a generar una cólera que distrae la atención de los problemas locales hacia enemigos distantes, reales e imaginarios.
El radicalismo islámico es una mala noticia para los musulmanes. Enfrenta a musulmanes contra musulmanes, así como contra el mundo en general. Al mismo tiempo, su actitud contra los excesos de círculos gobernantes corruptos, o su inspiración en los temas de justicia y equidad es sólo marginal. Los objetivos primordiales de la violencia islámica actual son otros musulmanes que viven en países musulmanes. Algunos fanáticos aterrorizan y matan a otros musulmanes que pertenecen a la secta equivocada. Otros acusan a “musulmanes modernizados” de ser portadores de la pecaminosidad infernal – lo que es conocido como jahiliya – que merece toda la cólera de Dios. La mayor ira entre los ortodoxos es causada por las cosas más simples, como ser que se permita que las mujeres anden con la cara desnuda, o la noción misma de que puedan ser consideradas como iguales a los hombres.
Contrariamente a sus afirmaciones, el radicalismo islámico es indiferente al sufrimiento de los musulmanes. No hemos visto manifestaciones callejeras en gran escala en ningún país musulmán en protesta contra el continuo genocidio de musulmanes en Darfur. La matanza de musulmanes bosnios y chechenios no significó más que un pequeño contratiempo en el mundo musulmán. Y, a pesar de toda la retórica contra Occidente, la agresión estadounidense contra Iraq no resultó en manifestaciones masivas de partidos islámicos en algún país musulmán.
Por otra pare, la furia fundamentalista estalla cuando se piensa que se está denigrando la Fe. Por ejemplo, turbas incendian embajadas y edificios en todo el mundo por un acto de blasfemia cometido en Dinamarca; otras protestaron violentamente contra el título de sir para Salman Rushdie. Incluso a medida que las poblaciones musulmanas devienen más ortodoxas, hay una curiosa, casi fatalista, desconexión con el mundo real. Esto sugiere que los otros musulmanes ya no importan – sólo importa la Fe.
El radicalismo islámico ya no conoce fronteras. A la busca de soluciones para un problema inminente, tenemos que comprender que la rapidez de la comunicación hace que sea disparatado considerar problemas en diferentes partes del mundo musulmán como resolubles en aislamiento. El auge del islamismo en un país no puede ser enteramente atribuido a las políticas gubernamentales de ese país (aunque ese gobierno puede perfectamente tener una gran parte de la responsabilidad).
A pesar de ello, lancemos un breve vistazo a la región del sur de Asia, antes de volver al problema global. El radicalismo islámico ha logrado una presencia abrumadora en Pakistán y Afganistán. También está cambiando rápidamente la contextura de la sociedad en Bangladesh, y está empeorando las relaciones entre la población musulmana minoritaria en India y la mayoría hindú.
Efecto bumerán en Pakistán
Pakistán está en manos de una insurgencia islamista generalizada. Sin poder combatir la tóxica mezcla de religión con tribalismo, el gobierno de Islamabad ha perdido el pleno control administrativo en muchas áreas tribales, llevando a la huída de los funcionarios locales del gobierno. Los representantes de los talibán representan ahora la ley. Un vídeo ampliamente disponible hecho por los talibán muestra los cuerpos de criminales comunes y bandidos balanceándose de postes de la luz en la ciudad de Miranshah, la central administrativa de Waziristán del norte, mientras los contemplan miles de espectadores agradecidos. Las escuelas para niñas han sido cerradas, y los peluqueros recibieron mortajas de 1,80 metros de largo: si afeitas te mueres. Las vacunas contra la poliomielitis han sido declaradas haram por el ulema, y la campaña del gobierno se paralizó. Grupos vigilante talibán que imponen la sharia patrullan las calles de las localidades tribales, controlando, entre otras cosas, el largo de las barbas, si los salwars son llevados a una altura apropiada sobre los tobillos, y la asistencia de los individuos a las mezquitas.
Una nueva especie de jóvenes militantes, entrenados en las madrazas, decide ahora en muchos sitios en Pakistán. Han desplazado el liderazgo de los tradicionales ancianos de las aldeas, los maliks. En agosto de 2007, una “yirga de paz” de líderes tribales de Pakistán y Afganistán fue realizada en Kabul, con la asistencia de Hamid Karzai y Pervez Musharraf. Fue un fracaso. Muchos maliks influyentes tuvieron miedo de ir a la reunión, a pesar de que ambos gobiernos les ofrecieron protección.
Los choques sectarios en las áreas tribales paquistaníes son frecuentes, avivados por fogosos mullas que operan estaciones privadas de radio de FM, transmitiendo programas incendiarios contra mullas rivales y la “inmoralidad” de la cultura moderna. En abril de 2007, tanto suníes como chiíes usaron desembarazadamente morteros y cohetes en Parachinar y Dera Ismail Khan en la NWFP [Siglas en inglés de: Provincia de la frontera noroeste]. En las aldeas del distrito Hangu, en las áreas tribales, ambos lados han intercambiado fuego de artillería ligera y cohetes, causando numerosos muertos. En mayo de 2007, estallaron feroces batallas armadas entre grupos de Ansar-ul-Islam y Lashkar-e-Islam en Bara en la NWFP, mientras Tank y Mingora vivían sangrientos choques con la Policía de la Frontera.
La talibanización de las áreas tribales de Pakistán ha causado alarma, pero los seis meses de enfrentamiento con los talibán locales en la mezquita central de Islamabad, Lal Masjid, fue sorprendentemente novedosa. Escuadrones de vigilantes islámicos transitaron por la ciudad quemando tiendas de CDs, secuestrando a presuntas prostitutas, e imponiendo su propia versión de la moralidad. Esto habría continuado durante aún más tiempo si no fuera por un incidente en julio que provocó la ira del gobierno chino, después de que ciudadanos chinos fueron secuestrados en un burdel dirigido por chinos en Islamabad. El ejército paquistaní finalmente lanzó un sangriento asalto que dejó por lo menos 117 muertos y cientos de heridos. Este episodio mostró que varias organizaciones militantes, incluyendo a Jaish-e-Muhammad (que había promovido los atentados suicidas en Cachemira) podían fácilmente establecerse en la ciudad, mientras los súper vigilantes Inter-Servicios de Inteligencia (ISI) y otras organizaciones militares hacían la vista gorda.
Bajo presión de EE.UU., el ejército paquistaní ha organizado ofensivas militares contra al-Qaeda y combatientes talibán en los últimos meses, pero la resistencia se ha reforzado. Los soldados paquistaníes se niegan a ahora a combatir. El 1 de septiembre, todo un convoy militar se rindió a militantes en Waziristán sin disparar un solo tiro. Trescientos soldados paquistaníes fueron tomados como rehenes. Pero lo que estremeció a los círculos gobernantes fue el ataque suicida subsiguiente en Rawalpindi contra un autobús que transportaba a empleados de los ISI en camino al trabajo. Más de 25 fueron muertos. Ya que el autobús no llevaba identificación alguna, hubo evidentemente implicados de la propia agencia, sugiriendo que militantes tribales y los talibán han infiltrado profundamente los organismos militares. No puede sorprender que haya resultado en un aumento de los temores en Occidente. Según la edición de agosto de 2007 de la revista Foreign Policy, un 35% de los expertos en política exterior de EE.UU. cree que es extremadamente probable que Pakistán se convierta en el próximo baluarte de al-Qaeda. Un 22% dice que Pakistán es el aliado que menos sirve los intereses de seguridad nacional de EE.UU.
El resto del vecindario
Afganistán está en un estado aún más desesperado que su vecino. El gobierno de Hamid Karzai sólo controla poco más que Kabul. El cultivo de dormidera ha aumentado; la educación de niñas ha disminuido. Como en la frontera paquistaní, los talibán han surgido de las cenizas luego de ser demolidos por la acción estadounidense después del 11-S. Podrían – y deberían – haber sido derrotados por una mezcla correcta de fuerza militar, estrategia política y rápida reconstrucción económica de las áreas devastadas. En su lugar, el énfasis miope de Washington en las soluciones militares llevó a la resurrección de los talibán y a su extensión subsiguiente a las áreas tribales de Pakistán. Aunque los afganos no desean un retorno a la brutalidad del régimen talibán, la corrupción generalizada y la participación de criminales de guerra en el gobierno de Karzai lo ha despojado de credibilidad.
Bangladesh, que debe su nacimiento al nacionalismo lingüista más que religioso, no está ni remotamente cerca de Pakistán o Afganistán en términos de influencia militante. A pesar de ello, pasa por una rápida transformación. Numerosos incidentes militantes, incluyendo explosiones de bombas, han ocurrido durante el año pasado. Como reflejo de cambios más amplios dentro de la sociedad bangladesí, la política dominante también se ha transformado. En 1971, pocos habrían pensado que el Jamaat-i-Islami, que se había alineado abiertamente con el ejército de Pakistán Occidental, podría llegar a volver a establecerse en la política bangladesí. Pero el Partido Nacionalista de Bangladesh (BNP), el último partido gobernante, tuvo una serie de altos dirigentes con estrecha afinidad ideológica con el Jamaat. En las aldeas, activistas imponen velos a las mujeres y obligan a los hombres a dejarse crecer la barba; intelectuales y activistas de izquierda han sido asesinados; los ahmadis son perseguidos, y lo que queda de la minoría hindú es llevado a sentirse cada vez peor.
India, cuyas tradiciones democráticas han constituido durante mucho tiempo una válvula de seguridad, ha tenido mucho menos militancia musulmana que Pakistán, excepto en Jammu y Cachemira. Pero, en 1992, una turba de fanáticos hindúes destruyó la Babri Masjid, desafiando la afirmación de India de ser una democracia secular y pluralista. Esto provocó un ciclo de reacción y contra-reacción que aún no ha terminado. Una matanza con ayuda del Estado en 2002, que llevó a la muerte de casi 2.000 musulmanes en Gujarat, ha sido hasta ahora la consecuencia más trágica. A diferencia de Pakistán o Afganistán, los musulmanes han sido sobre todo las víctimas, y no los perpetradores, de la violencia. La mayoría son pobres y sin educación, mientras que la comunidad misma perdió la mayoría de sus individuos capaces debido a la emigración a Pakistán durante la Partición. Mientras el conservadurismo musulmán en India ha aumentado visiblemente durante la década pasada, una creciente clase media musulmana, y alternativas a la mezquita como centro de encuentro social, han llevado a que India sea relativamente pacífica. Sin embargo, como mostraron los atentados a los trenes en Bombay en 2006 y las explosiones de agosto de este año en Hyderabad, la violencia extremista está aumentando, con técnicas utilizadas por los extremistas similares a las usadas por al-Qaeda y otros militantes islámicos.
Lo que debe hacer EE.UU.
El sur de Asia no está solo, desde luego, en el enfrentamiento con la militancia islámica violenta. Enfrentadas al fracaso interno, una decadencia manifiesta des el apogeo de su grandeza hace muchos siglos, y afligidas por la dislocación cultural en la era de la globalización, muchas sociedades musulmanas se volvieron hacia su interior. Desde comienzos de los años cincuenta, después de la era de la descolonización, un sentido de agravio y frustración ha producido una multitud de movimientos islamistas que se extienden de Argelia a Indonesia. Pero fueron irrelevantes. Si EE.UU. no los hubiera cultivado como aliados contra el comunismo durante la Guerra Fría, la historia habría sido muy diferente.
Mirando atrás hacia mediados del Siglo XX, no se puede ver un solo dirigentes nacionalista musulmán que haya sido fundamentalista. Kemal Ataturk de Turquía, Ahmed Ben Bella de Argelia, Sukarno de Indonesia, Ali Jinnah de Pakistán, Gamal Abdel Nasser de Egipto y Mohammed Mosaddeq de Irán – trataron todos de organizar sus sociedades sobre la base de valores seculares. Sin embargo, el nacionalismo musulmán y árabe, como parte de una corriente anticolonial más amplia en todo el Tercer Mundo, incluyó el deseo de controlar y utilizar los recursos nacionales por el bien de sus países. El conflicto con la codicia occidental era inevitable. Los intereses imperiales de Gran Bretaña, y después aquellos de EE.UU., temían al nacionalismo independiente. Preferían a cualquiera que estuviera dispuesto a colaborar, incluso el régimen islámico ultraconservador de Arabia Saudí. Con el tiempo, a medida que se sentía la presión de la Guerra Fría, el nacionalismo se hizo intolerable. En 1953, Mosaddeq de Irán fue derrocado en un golpe de la CIA, reemplazado por Mohammad Reza Shah Pahlavi. Gran Bretaña atacó a Nasser. Sukarno fue reemplazado por Suharto después de un sangriento golpe que dejó a más de medio millón de muertos.
Las cosas llegaron a un punto crítico con la invasión soviética de Afganistán en 1979. La estrategia estadounidense para derrotar al “Imperio del Mal” necesitaba la participación de fuerzas del Islam de todas partes del mundo. Con el general Zia ul-Haq como el aliado más destacado de EE.UU., y Arabia Saudí como la principal fuente de fondos, la CIA reclutó abiertamente a guerreros santos de Egipto, Arabia Saudí, Sudán y Argelia. El Islam radical se puso a trabajar a toda marcha mientras su superpotencia aliada y su mentor canalizaban el apoyo a los muyahidín. Funcionó. En 1988, las tropas soviéticas se retiraron incondicionalmente, y la alianza estadounidense-paquistaní-saudí-egipcia emergió victoriosa. Un capítulo de la historia parecía haber terminado. Pero las apariencias eran ilusorias, y los eventos durante las dos décadas siguientes revelaron el verdadero coste de esta victoria. Incluso a mediados de los años noventa – mucho antes del ataque del 11-S contra EE.UU. – se hizo evidente que la alianza victoriosa había creado sin quererlo un genio que de repente demostró estar fuera de su control.
Todo esto es historia – y ya no puede ser cambiado. Actualmente, las relaciones entre el Islam y Occidente, particularmente tal como lo representa EE.UU., son peores que nunca antes. Un choque de civilizaciones puede no existir todavía, pero podría estar a la vuelta de la esquina. ¿Cómo puede ser evitado? Imaginemos por un instante que EE.UU. cambiara repentinamente de actitud, comprendiera el error de su proceder, y quisiera enterrar el hacha de la guerra con los musulmanes. ¿Cómo podría expiar su pasado EE.UU.? Hay diez elementos clave:
Primero, como lo piden musulmanes y no-musulmanes en todo el globo, EE.UU. tendría que cambiar de actitud. Tendría que repudiar los grandiosos propósitos imperiales así como su pretensión de ser una excepción entre las naciones. La noción del control planetario total ha guiado al gobierno republicano incluso antes de los ataques del 11 de septiembre de 2001. Los demócratas, mientras tanto, muchos de los cuales se han vuelto ahora públicamente contra la guerra de Iraq, limitan sus críticas a la estrategia y a la conducción de la guerra, las mentiras y la desinformación dispensadas por la Casa Blanca, los acuerdos sospechosos con los contratistas de la defensa, y cosas semejantes. Pero comparten con los republicanos la creencia en que EE.UU. posee el derecho – y el poder adecuado – para moldear el mundo según sus deseos. El pueblo de EE.UU. debe convencerse de alguna manera de que tiene que respetar el derecho y la etiqueta internacionales, y que no posee una especie de misión divina que cumplir. En el período posterior a Tony Blair, Gran Bretaña también debe buscar una política exterior independiente de EE.UU., y cultivar relaciones independientes con los países musulmanes.
Segundo, no se puede seguir postergando la creación de un Estado palestino. El desposeimiento de los palestinos ha sido tomado como una causa musulmana con un inmenso significado simbólico. La paz entre el Islam y Occidente es imposible sin una solución razonable de este problema. EE.UU. ha dado carta blanca a Israel para su acción militar contra los palestinos, como en la invasión del Líbano en 1982 y 2006. Los responsables estadounidenses guardan silencio respecto al futuro de los territorios ocupados. Que Hamas y Fatah estén como el perro y el gato no significa que el problema palestino haya desaparecido. Al contrario, fortalece el extremismo y hace que todo sea más difícil. Sin un Estado palestino, el problema palestino pasará a adoptar una forma nueva y aún menos controlable.
Tercero: EE.UU. tiene que tomar en serio el impacto del daño colateral a las poblaciones civiles. El enorme uso del poder aéreo en Iraq y Afganistán condujo inevitablemente a grandes cantidades de víctimas no-combatientes. A menudo las “fuerzas de la coalición” se niegan a reconocer las muertes civiles; cuando se ven frente a una evidencia incontrovertible, se disculpan y pagan compensaciones miserablemente pequeñas. Karl Inderfurth, Secretario Adjunto de Estado bajo Bill Clinton, admitió recientemente que “las acciones militares [en Afganistán]... por fuerzas de EE.UU. y de la OTAN hablarán más fuerte que esas palabras expresadas sinceramente. A medida que aumenta la cantidad de muertos civiles, se pierden los corazones y las mentes afganas y, con eso, amenaza el espectro de perder la guerra.” De modo muy sensato, el objetivo de “cero víctimas civiles inocentes” fue recomendado hace un año por el general en retiro Barry McCaffrey después de un viaje a Afganistán.
Cuarto: EE.UU. debe dejar de amenazar a Irán con un holocausto nuclear por tratar de desarrollar armas nucleares, mientras recompensa, en diferente medida, a otros países – Israel, India, Pakistán, y Corea del Norte – que han desarrollado subrepticiamente tales armas. El Sunday Times de Londres informa: “El Pentágono ha preparado planes para masivos ataques aéreos contra 1.200 objetivos en Irán, a fin de aniquilar en tres días la capacidad militar de los iraníes.” Sería, por cierto, muy preferible si Irán pudiera ser persuadido mediante medios pacíficos, incluyendo sanciones, de no producir una bomba. Pero EE.UU. no tiene un argumento moral sólido contra las ambiciones nucleares de Irán, considerando su propia posición nuclear y el hecho de que la capacidad nuclear inicial de Irán fue suministrada por EE.UU. durante el régimen del Shah. EE.UU. se niega a trabajar a través de Naciones Unidas, o a apoyar una zona libre de armas nucleares en el oeste de Asia. Hasta ahora, EE.UU. incluso se niega a realizar conversaciones directas con la dirigencia iraquí para desactivar la crisis nuclear. Rechazó ofertas iraquíes, como las que fueron hechas por el presidente Mahmoud Ahmadineyad en su carta al presidente Bush en 2006. Pero el ensayo nuclear de Corea del Norte mostró que las negativas de EE.UU. de realizar conversaciones uno a uno han fracasado miserablemente. Por otra parte, negociaciones nucleares sobre el intercambio por petróleo tuvieron un éxito parcial en la detención del desarrollo nuclear de Corea del Norte.
Quinto: EE.UU. no debe explotar el cisma suní-chií en la esperanza de debilitar a ambos. Por astuto que pueda parecer, el uso de pasiones religiosas para lograr objetivos políticos es peligroso. Además, los monstruos que ha creado tiene la costumbre de volverse contra sus amos – algunos ejemplos notables incluyen la yihád afgana de la CIA, el experimento de Israel con Hamas, el de Pakistán con los grupos yihadistas, y el de India con los extremistas sij. Para los estrategas de EE.UU., la explotación del sectarismo es una tentación difícil de resistir: al-Qaeda y partes de la comunidad suní en Iraq y el Líbano ven a Irán y a Hezbolá como una amenaza aún mayor que la ocupación de EE.UU. Saludarían un ataque de EE.UU. contra Irán, tal vez incluso con armas nucleares, y tal vez llegarían a provocar una confrontación para alentar a EE.UU. para que lo haga.
Sexto: EE.UU. no debe apoyar a dictadores y quislings como el general Musharraf y Hosni Mubarak mientras predica las virtudes de la democracia. Esto alimenta la cólera y el resentimiento, y es especialmente peligroso dado que la hipocresía de EE.UU. es tan transparente.
Séptimo: Occidente debe aprovechar las oportunidades que lo muestren como generoso, en lugar de agresivo. La entrega de ayuda en el caso de desastres (incluso después del tsunami de 2004 y el terremoto de Cachemira de 2005) hizo mucho para construir una imagen positiva. El poder blando es de importancia fundamental. El drenaje de las ciénagas en las que crece el extremismo requerirá más ayuda extranjera a los países musulmanes pobres, la creación en ellos de oportunidades económicas y de empleo, y el desistimiento de políticas que sólo recompensan a las elites de las sociedades receptoras.
Octavo: EE.UU. debe aceptar la legitimidad del Tribunal Penal Internacional. Abu Ghraib y Guantánamo se han convertido en símbolos mundiales de tortura y encarcelamiento arbitrarios. Demuestran que, en su trato de presuntos ‘terroristas,’ EE.UU. ha suspendido el respeto del estado de derecho. Al hacerlo, se comporta solo un poco mejor que los verdaderos militantes a los que quiere combatir. Tampoco debiera subcontratar EE.UU. el uso de la tortura a regímenes represivos como los de Pakistán, Siria y Egipto. Esto también sólo puede ser contraproducente. Para encarar a sospechosos de terrorismo, hay que desarrollar mecanismos judiciales basados en principios defendibles, en vez del oportunismo.
Noveno: Hay que impedir que soldados y oficiales profanen símbolos sagrados islámicos. Se sabe que numerosos incidentes semejantes han tenido lugar, ilustrados por la ocasión en la que tiraron un ejemplar del Corán por un inodoro en Guantánamo. Por suerte los militares de EE.UU. han reconocido que esto es extremadamente peligroso, debido al estímulo que provee a los extremistas. Desde luego, puede ser difícil impedir la violación de reglas en situaciones de combate. La entrega del título de sir a Salman Rushdie es otro ejemplo de provocación imprudente: podrá ser o no justificada sobre la base del mérito literario, pero avivó instantáneamente la ira musulmana.
Décimo, y último: La discriminación contra los musulmanes que viven dentro de las sociedades occidentales es moralmente errónea, y sólo provocará más radicalización. Es un hecho que cristianos, judíos e hindúes pueden operar libremente instituciones educacionales privadas en EE.UU., pero las escuelas musulmanas son vistas con mucha sospecha. Una sociedad secular no debe tener preferencias entre religiones. Cualquier desviación percibida al respecto basta para comunicar a un grupo minoritario que es objeto de persecución. Por cierto, la paranoia es fácilmente detectable en la comunidad musulmana de EE.UU. La educación en Occidente debe, por lo tanto, ser secular en la palabra y el espíritu, y todas las escuelas deben estar abiertas a todas las fes. En otras palabras, las escuelas religiosas no deberían ser permitidas. Por desgracia hay poca probabilidad de que esto suceda por el momento, ya que la política de EE.UU. es monopolizada cada vez más por la política de los cristianos vueltos a nacer, que ven el mundo a través de un prisma bíblico. El Reino Unido también tiene que secularizarse, tal vez siguiendo el modelo francés. Su multiculturalismo no funciona. Como Turquía, debiera prohibir el velo en los recintos gubernamentales.
Lo que deben hacer los musulmanes
En la historia se encuentra poca justicia. Sin embargo, a veces Némesis persigue tenazmente al pasado. Los Estados musulmanes que impulsaron la agenda islamista se ven ahora sitiados por las fuerzas que ayudaron a crear.
Pakistán es el mejor ejemplo. Hace veinticinco años, bajo un régimen militar, las plegarias en los departamentos gubernamentales fueron consideradas obligatorias, se castigaba a los que no ayunaban durante Ramadán, se exhortaba a llevar barba, las selecciones para puestos académicos exigían que el candidato demostrara su conocimiento de las enseñanzas islámicas, y la yihád era propagada en los libros de texto. Pero el mismo ejército – cuyos hombres fueron reclutados bajo la bandera de la yihád, y que se veía como el brazo combatiente del Islam – es acusado hoy de traición, y es atacado casi a diario por atacantes suicidas islamistas. Desde 2001, ha perdido más de mil hombres combatiendo a al-Qaeda y a los talibán. Las consignas que otrora eran comunes en los centros de reclutamiento del ejército (por ejemplo: La yihád por Alá) están ahora en el tacho de la basura, y los oficiales con barba salen perdiendo en las promociones.
El auge de la militancia islámica en Pakistán tiene mucho que ver con la deferencia cobarde de los dirigentes políticos paquistaníes ante el chantaje de los mullas. Su reacción instintiva ha sido buscar el apaciguamiento. Zulfikar Ali Bhutto se volvió repentinamente islámico en sus últimos días, cuando hizo un desesperado pero, en última instancia, inútil intento de salvar su gobierno prohibiendo el alcohol, declarando feriado el viernes, y proclamando que los ahmadis eran no-musulmanes. Benazir Bhutto, temiendo el contragolpe de los mullas, no hizo intento alguno por desafiar las horrendas leyes Hudud y de blasfemia durante sus períodos como primera ministra. Y Mian Nawaz Sharif fue un paso más lejos, tratando de convertir a Pakistán en una Arabia Saudí instituyendo las leyes de la sharia.
En Bangladesh, Jamaat-i-Islami y Oikya Jote Islámica han sido socios en la coalición de BNP, el partido de la antigua primera ministra Khaleda Zia. Durante el tercer período de Khaleda Zia, hubo un aumento en los ataques contra ahmadis e hindúes, una prohibición de publicaciones ahmadis, y un aumento en la militancia religiosa en general. Durante sus períodos en el gobierno, Khaleda Zia usó a sus aliados fundamentalistas como armas contra Sheikh Hasina Wajed, su encarnizado rival político y personal. Ambos líderes se atacan y se acusan mutuamente de alentar el terrorismo, mientras se niegan a enfrentar sus propias responsabilidades. En todo esto, Jammat ha sido el ganador, al establecer miles de madrazas, dando así un ímpetu importante al entrenamiento de combatientes yihadistas que pueden luchar por causas en todo el mundo.
Pero culpar a Estados individuales y dirigentes políticos no basta como explicación satisfactoria del inmenso aumento de la militancia islámica global. Hay que buscar razones en un ámbito más amplio. Es una triste verdad que los musulmanes tienen poca presencia en los asuntos mundiales de la actualidad, en la ciencia y en la cultura. Eso ha llevado a una disminución de la autoestima, así como a un recurso creciente al Islam político. Algunos sueñan con un nuevo califato global. Pero las premisas de esta política son falsas. Cada golpe infligido por EE.UU. después del 11-S ha llevado a los islamistas a predecir que el dolor y la humillación obligarán a todos los musulmanes a cerrar filas, olvidar las viejas rencillas, purgar a los traidores y renegados de sus filas, y a generar una cólera colectiva suficientemente grande como para enfrentar el poder de la civilización que gobierna en la actualidad. Cada vez, se han equivocado por completo.
Por lo tanto ¿qué deben hacer los musulmanes? Un cambio de paradigma es esencial. Los musulmanes deben comprender que la tremenda fuerza de la civilización occidental – que también posibilitó su imperialismo depredador – tiene su fuente en la aceptación de las premisas de la ciencia y la lógica, del respeto de las instituciones democráticas (por lo menos dentro de las fronteras nacionales), en la aceptación del desarrollo de sistemas de valor y del desafío atrevido de los dogmas sin ser condenado por blasfemia. Deben relacionar el éxito de Occidente con la libertad personal, con una ética superior del trabajo, con la creatividad artística y científica, y con el afán compulsivo de innovar y experimentar.
Los musulmanes, si han de formar parte de la civilización dominante, tendrán que adaptarse a un nuevo clima cultural universal, que acepte los derechos humanos tal como son definidos por la Carta de Naciones Unidas y la Declaración Universal de Derechos Humanos, incluyendo la igualdad de hombres y mujeres. Por parte de las minorías musulmanas y de los inmigrantes a países no-musulmanes, esto significa la aceptación de diferentes normas conductuales, y el rechazo de la actual tendencia de formación de guetos y el apoyo a una mayor integración en la sociedad en general.
Mientras tanto, los propios musulmanes deben dejar de creer en enrevesadas teorías conspirativas que pretenden explicar sus estados de debilidad. Por ejemplo, se sostiene ampliamente que la actual guerra sectaria es una consecuencia de algunas astutas manipulaciones remotas de enemigos del Islam. Pero en los hechos, el cisma chií-suní, y el primer baño de sangre relacionado con éste, ocurrió casi de inmediato después de la muerte del Profeta Muhammad.
Los musulmanes también tienen que dejar de soñar con la teocracia y la ley sharia como soluciones para sus dificultades. Esto significa reconocer la soberanía del pueblo en lugar del reino de Alá, realizado este último a través de un sacerdocio autoproclamado, como vilayat-e-faqih y khilafat-e-arz. Estas son esencialmente recetas para una teocracia dirigida por mullas. Es simplemente imposible gobernar Estados modernos mientras se está aherrojado por leyes religiosas medievales. El desarrollo económico, una expansión de las libertades individuales, la democracia, un crecimiento explosivo en el conocimiento científico y en las capacidades tecnológicas – estas últimas y una multitud de otros beneficios seguirán siendo eternamente sueños distantes sin la modernización del pensamiento. La única manera como las sociedades musulmanes pueden llegar a ser democráticas, pluralistas y libres de extremismo violento es si pasan por sus propias luchas internas. La reforma autóctona es difícil pero posible. El Islam es ciertamente tan inmutable como el Corán, pero los valores en los que creen los musulmanes han cambiado con el paso de los siglos.
El papel de la izquierda
Si se contemplara el planeta Tierra desde lo alto, se vería un campo de batalla ensangrentado, en el que el poder imperial y el fundamentalismo religioso están trabados en una lucha encarnizada. ¿Quién será el vencedor preferido? No puede haber una preferencia inequívoca; cada disputa debe ser considerada por separado. Y las respuestas parecen encontrarse a la izquierda del espectro político, mientras seamos capaces de reconocer lo que defiende realmente la izquierda.
La agenda izquierdista es positiva. Se basa en la esperanza de un mundo más feliz y más humano que se base en la razón, la educación y la justicia económica. Presenta un compás moral sano a un mundo que pierde su dirección. Hay que navegar por un camino que esté a distancia segura de los xenófobos de EE.UU. y Europa – que ven al Islam como un mal que debe ser suprimido o conquistado – y también distante de la gran cantidad de musulmanes en todo el mundo que justifican actos de terrorismo y violencia como parte de la guerra asimétrica. Ninguna ‘autoridad superior’ define la agenda de izquierdas, y ninguna alianza de creencias define a un ‘izquierdista.’ No hay que portar una tarjeta y no hay que prestar juramento. Pero el secularismo, las ideas universalistas de los derechos humanos, y de la libertad de credo no son negociables. La dominación por motivos de clase, raza, origen nacional, sexo u orientación sexual es igualmente inaceptable en todos los casos. En términos prácticos, esto significa que la izquierda defiende a los trabajadores frente a los capitalistas, a los campesinos frente a los terratenientes, a los colonizados contra los colonizadores, a las minorías religiosas contra la persecución estatal, a los desposeídos contra los ocupantes, a las mujeres contra los opresores masculinos, a los musulmanes contra los islamófobos occidentales, a las poblaciones de los países occidentales contra los terroristas, etcétera.
La movilización de la izquierda es necesitada urgentemente en tiempos en los que los extremistas de ambos lados de la división actual han pasado al primer plano. Incluso después del fin de la presidencia de George W Bush, es probable que los estadounidenses sigan bombardeando tierras musulmanas. Piensan que pueden ganar. Pero su poder, por grande que sea, es limitado. Iraq lo ha demostrado. Por otra parte, los grupos islamistas seguirán reclutando con éxito, mientras una gran cantidad de musulmanes sienta que están siendo atacados injustamente, y que la justicia ya no importa en los asuntos del mundo. EE.UU. no puede vencer. Tampoco los islamistas. La izquierda tiene que aportar la cordura al mundo, elevándose por sobre el imperialismo, la xenofobia, el determinismo cultural y el extremismo religioso, y haciendo que la atención de la gente vuelva a sus verdaderos problemas.
http://www.zmag.org/content/showarticle.cfm?SectionID=22&ItemID=13899
Himal Southasian | octubre-noviembre de 2007
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