domingo, diciembre 9

Sólo tristeza y nostalgia después de la inundación PDF Imprimir E-Mail
  • “Centenario 27 de Febrero”, es la hora de la comida, largas filas de hombres, mujeres, jóvenes, niños y niñas, con plato y vaso en la mano, acuden a la cocina instalada por los marinos para recibir los alimentos
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Preocupación por el presente, el futuro y miedo a una nueva inundación, frustra a damnificados. Largas filas de hombres, mujeres, jóvenes, niños y niñas, con plato y vaso en la mano, acuden a la cocina instalada por los marinos para recibir los alimentos (Foto: Pericles)

CECILIA VARGAS

Crónica


En las gradas nos sentamos a contemplar el movimiento de los alrededor de mil damnificados albergados en el estadio de béisbol, “Centenario 27 de Febrero”, es la hora de la comida, largas filas de hombres, mujeres, jóvenes, niños y niñas, con plato y vaso en la mano, acuden a la cocina instalada por los marinos para recibir los alimentos.

Nada que ver, pero la periodista no puede evitar que el lugar convertido afuera en cuartel de la armada, el control militar de la entrada y salida de las visitas, las decenas de ropa lavada tendida al sol sobre las butacas del estadio, traiga a la memoria escenas del estadio nacional de Chile en los tiempos de Pinochet.

Nada que ver, nos repetimos y sacamos de la memoria los malos pensamientos, porque en este lugar los marinos cocinan para estos cientos de familias de la Miguel Hidalgo, de Casa Blanca, de Gaviotas Sur, del sector Armenia, que perdieron su patrimonio, les dan ayuda médica y los cuidan.

Aún con todas las atenciones, hay tristeza, nostalgia por lo perdido y difícil de recuperar principalmente porque se trata de familias de escasísimos recursos económicos, que no sólo perdieron todo su patrimonio con la inundación sino también su empleo o desde antes no tenían uno de ingresos constantes.

Pero también hay preocupación por el presente y el futuro, miedo a una nueva inundación, incomodidad por el hacinamiento, por la lejanía de los sanitarios para los de la tercera edad y enfermos que sufren abstinencia urinaria, por la falta de intimidad que están padeciendo las familias, metidas todas en inmensas carpas.

Nelly Josefa López, sentada en una butaca del estado, juega con su nieto de ocho meses y contempla el ir y venir de la gente, mientras espera a su hija que ha llevado a otro bebé al consultorio médico instalado en ese albergue, los dos presentan síntomas de gripa y una infección en la piel que se manifiesta con granos en todo el cuerpo de la criatura.

Al hablar de su situación y la de su familia, al volver a su casa, dice:

“Da tristeza ver cómo todo se acabó. Los meses que viene serán difíciles, sobre todo en el trabajo” y es que la señora López no sólo perdió todos los enseres de su casa, sino sus dos máquinas de coser y su puestecito en Seguridad Pública con los que se ganaba la vida.

Le preguntamos si ya recibió la ayuda de Sedesol, y nos responde que no a todas las familias se las están dando en la Miguel Hidalgo, “parece que sólo a dos por calle”, pero estamos esperando, parece que el jueves entregarán otros.

Luis Enrique Cáceres dice que lleva 30 días en ese albergue y que ya quiere regresar a su casa en Casa Blanca, pero aún no termina de limpiar, necesito lavar las paredes y dicen que hay que desinfectar las paredes y como yo tengo dos niños pequeños no puedo llevarlos todavía.

Don Luis Enrique no ve bien y perdió “todo, sin embargo asegura que hay tiempo para recuperarse y guarda la esperanza de que el mercado Pino Suárez se reabra para recuperar su trabajo en la taquería “El Paso de las Damas” que según dijo, ocurriría entre el 15 y 20 de diciembre.

Menciona con tristeza que el agua no le dio tiempo a sacar nada y recuerda que en el 99 también se fueron al agua, pero que el nivel no subió tanto como en esta ocasión. No culpa a nadie de su desgracia:

“¡Qué le vamos a hacer, así es la vida!” expresa, pero le preocupa la posibilidad de una nueva inundación y que la próxima sea peor, de ser así, dice, ya no habría donde esconderse, habría que huir de Villahermosa.

Julio César Ascensio Hernández. de 55 años, se lamenta de que el agua no dio tiempo para salvar nada más que su vida, “no pudimos hacer ninguna maniobra, ya cuando nos dimos cuenta teníamos el agua encima”.

No está en el albergue con su familia, su esposa e hijos se refugiaron en la ranchería Arroyo Grande y él no pudo reunirse con ellos, porque ya no pudo pasar, aunque ellos ya saben donde se encuentra.

La estamos pasando bien, afirma, pero cuando regresemos a nuestras casas las cosas serán distintas, habrá que trabajar mucho para recuperar lo perdido.

Cuestionado al respecto nos informa que no ha recibido la ayuda del vale por diez mil pesos, pero confiesa que no la ha solicitado: “por eso de no andar dando vueltas y vueltas, perdiendo el tiempo y dinero.

Doña Albertina Gutiérrez Nájera, no obstante sus 72 años, es quizá la más optimista, para fortuna de los posibles responsables, con su fe justifica su desgracia, alivia su dolor y finca su futuro.

“Mi casita está en prolongación Pepe del Rivero en Gaviotas Sur, con la corriente del agua todo el repello se le cayó, ya se ven las varillas, pensamos rentar un cuartito, porque no tenemos dónde ir, mi hija María Reyes, yo y sus dos niños, somos mujeres solas, mi marido se murió y él de ella se fue”.

Usted debe saber lo que cuesta levantarse cuando una es sola, cómo cuesta hacerse de sus cosas, ganarse la vida. Es una tristeza muy grande llegar a su casa y ver que ya no hay nada, muchas mujeres incluso se han desmayado, cuando venimos a ver, ya se cayeron. Eso es muy triste.

“Yo tengo fe, no me siento triste, porque a donde quiera que fuimos nos dieron apoyo” y es que Doña Albertina, antes de llegar a ese albergue, estuvo en el que instalaron en Coatzacoalcos, Veracruz, luego al de Tamulté, luego al del Club de Leones y a otro.

Aquí nos han dicho que no regresemos todavía a nuestras casas porque hay peligro de otra inundación.

Por un lado estoy triste porque no nos han dado el vale para comprar cosas por lo que perdimos, ya pasaron dos semanas desde que dimos nuestros datos y no han entregado nada, un hombre allá en Gaviotas me dijo que mi nombre no estaba. Necesitamos esa ayuda, somos mujeres solas, reiteró.

Pero no estoy triste, se contradice:

“Pido a Jesucristo que me quite la tristeza, antes se me escurrían las lágrimas, pero le dije: tú sabes por qué lo haces, a lo mejor viniste a limpiar a tu pueblo, porque quizá ya estaban muy sucias las casas. Ahora te doy gracias por todo lo que hiciste, pero te pido que nos salves, nos cuides y bendigas “.

Fíjese que antes que me trajeran aquí, contó a la reportera:

“ Dios nos envió una señal en el albergue de Tamulté, el nivel del agua ya había llegado a la mufa y cuatro personas nos pusimos a orar, a aclamarlo como a las ocho de la noche. El cielo estaba nublado, parecía que seguiría lloviendo y le dije a Dios: ¡Padre quiero que pongas tus aguas en los estanques, en tus depósitos, y si es muchas, la lleves a lo más profundo, donde no salga, te pido que hasta ahí pare el agua”.

Empecé a llorar y seguí diciendo: ¡Para Señor con tu manita linda el agua! Y el agua ahí se quedó, ahí quedó la seña. Seguimos orando y en el cielo se puso una rueda brillante grande y las estrellas y la luna resplandecieron, el poder de esa luz nos iluminó”.

El ánimo de doña Trinidad Méndez, de 51 años, es a todas luces contrario al de Albertina, seguramente la diabetes y la obesidad la mantienen con las rodillas y las piernas inflamadas y con un eterno dolor, sin embargo dice primero a la periodista:

“Me encuentro bien gracias a Dios”.

Ella tiene o tenía su casa en el sector Armenia de Gaviotas Norte, no quedó nada de mi casa, era de lámina y teja vieja, se acabó de romper, la corriente escarbó el suelo, e hizo pozas, el suelo está aguadísimo y no pude entrar.

Vive con sus tres hijas y un hijo “baldado” tiene quebrada la cintura, por eso él no está aquí, hay que bañarlo y llevarlo al baño, lo tuve que llevar a la orilla de la carretera a pesar de la peste que hay ahí.

Perdimos todo, estufa, refrigerador, camas, colchones, el trastero, ni siquiera el refrigerador pude salvar, la casa se fue totalmente a pique, lo tiraron porque adentro estaba la gusanada, por ahí no hay ni fosas sépticas y los excusados se derramaron.

La desesperanza de regresar a lo que queda de su hogar y rehacer su vida con su familia, la expresa con un : ¡Ay Dios! “Dicen que tardaremos aquí tres meses, así se lo dijeron a las personas que viven a la orilla del río Grijalva que hace poco fueron a sacar”.

A pesar de que no nos quedó nada, quiero regresar, por eso anda mi pobre esposo viendo si le dan el vale, dijeron que esta semana y toda la perdió. Es la última vez que va porque mañana ya se quiere ir a trabajar, él es ayudante de albañil.

Asegura doña Trinidad que vivir en el albergue no es fácil, principalmente para las mujeres, y peor si son ancianas o enfermas, porque todos estamos juntos, “todos amasigaos”, no podemos mudarnos más que en el baño, y para hacer pipí, tenemos que caminar mucho porque los sanitarios están lejos.

También lamenta haber “perdido” a su nieta, “dejó a su marido y sus hijos por los soldados” y sentencia: “Dios la va a castigar”.

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