Historias de exguerrilleras
adriana rodríguez gonzález México, D.F., 10 de diciembre (apro-cimac).- El papel de las mujeres en el movimiento guerrillero que surgió en las décadas de los 70 y principios de los 80 en México fue relevante, pero poco conocido.
En el libro Memoria del primer encuentro nacional de mujeres exguerrilleras, de reciente edición, María de la Luz Aguilar Terrés, quien se encargó de compilar una serie de testimonios de mujeres que participaron en el Movimiento de Acción Revolucionaria (MAR). Las historias hablan de torturas, detenciones, desapariciones y muerte, pero también de convicciones e ideales que no han desaparecido.
Una de las mujeres del MAR, Minerva Armendáriz Ponce, recuerda, nostálgica, la infancia que vivió al lado de su hermano Carlos David, así como las historias que le contaba sobre un mundo ideal, donde la riqueza era repartida entre todos, donde los padres no necesitaban trabajar todo el día por un pago raquítico, donde no había guerras ni fronteras.
Minerva soñaba con el día en que los cuentos que le contaba su hermano se convirtieran en realidad. Pero a temprana edad descubrió lo difícil que sería alcanzarlos, cuando su hermano fue asesinado en la Sierra de Chihuahua.
Carlos se unió a la guerrilla a los 16 años y Minerva había cumplido los 12. Era el año de 1968.
La muerte de su hermano la dejó marcada, por lo que decidió seguir sus pasos. Se enroló en la guerrilla y pronto fue víctima de la represión. Fue secuestrada, torturada y confinada en una cárcel clandestina.
Al momento de su detención, estaba embarazada, pero ella no lo sabía.
A casi 40 años de distancia, Minerva vive ahora con mayor fortaleza. De sus experiencias se desprenden libros como Morir de sed junto a la fuente, dedicado a su hermano Carlos David y a los guerrilleros de los años sesenta.
Exintegrante del MAR, Hilda Escobedo Ocaña comenzó a colaborar, en 1979, con organizaciones campesinas, entre la que destaca la Emiliano Zapata, de la comunidad Venustiano Carranza, Chiapas.
Se presume que fue detenida-desparecida por la Dirección Federal de Seguridad (DFS) o por la “Brigada Blanca”, ambas comandadas por Miguel Nazar Haro, el 31 de diciembre de 1981, un día después de la captura de los profesores Juan Carlos Mendoza Galoz, con quien estaba casada, y Ezequiel Reyes Carrillo.
Hilda fue vista con vida en diciembre de 1984. Las personas que permanecieron presas entonces señalan que, junto con otros compañeros, ella fue torturada por policías que trataban de involucrarla en actividades que denominaron como subversivas.
También Hortensia García Zavala fue detenida junto con su esposo en 1979 por elementos de la “Brigada Blanca”, en la colonia Maravillas, en Nezahualcóyotl, estado de México, no sin antes entregar a su hijo de siete meses para protegerlo.
Sus familiares la buscaron durante 25 años hasta que, de acuerdo con testimonios, en 2003 localizaron los archivos de la DFS recién abiertos, que incluyen fotografías de ella y de su esposo, asesinados, con claras muestras de tortura.
Combates junto con Lucio Cabañas
Guillermina Cabañas, Teresa Franco y Alejandra Cárdenas fueron algunas mujeres que combatieron junto con el profesor Lucio Cabañas Barrientos, líder del Partido de los Pobres en el estado de Guerrero.
Ellas sufrieron, al igual que los combatientes e, incluso, familiares, la persecución, la detención, las torturas de los grupos policíacos y del Ejército.
Guillermina Cabañas comenzó sus actividades a principios de los setenta, cuando tenía 17 años de edad. Ella organizaba reuniones en las comunidades cercanas a Atoyac para informar a los pobladores sobre la lucha que realizaban en ese momento.
Ante la insistencia de Guillermina para unirse a la lucha, los padres accedieron a que abandonara el hogar en busca de sus ideales, con la condición de que la acompañara su hermano.
Fue así que se integró a un grupo donde todos los simpatizantes trabajaban para satisfacer las necesidades básicas. Hombres y mujeres se encargaban de conseguir los alimentos y cocinar. A ella le causaba curiosidad cómo los compañeros, ante la costumbre de que las esposas e hijas prepararan la comida, se vieran en constantes dificultades.
Entre las militantes del Partido del Pueblo estaba también Teresa Franco, quien recuerda que, cuando no tenían actividades, se dedicaban a leer libros de marxismo y terminaban el día cantando los corridos que eran del agrado de Lucio Cabañas.
Ella tuvo una experiencia cercana con Lucio Cabañas, pues se encargaba de trasladarlo a reuniones a nivel nacional, llevar armas, recoger compañeros e ir por uniformes.
“Nos piden nuestro testimonio, y muchos lo han dado, y yo me digo: ¿Cuándo van a dar testimonio los que nos torturaron y los que nos detuvieron? Que hable con la verdad Miguel Nazar, Luis Echeverría; que digan hasta donde la memoria les alcance, lo que hicieron”, señala en el libro.
“Cuando Nazar Haro dice que no es torturador, muchos de los que estamos vivos se lo vamos a repetir en su cara. Si no es torturador, que hablen las cárceles, porque cuántos compañeros, de los que no supimos ni su nombre, no sabemos nada de ellos y sabemos que cuando los sacaron no los volvieron a regresar a las celdas del Campo Militar”, dice.
En esos años, Alejandra Cárdenas fue invitada por compañeros de Guerrero a trabajar en la universidad. Era una oportunidad para contactar a Lucio Cabañas. Ella había estudiado en la Unión Soviética, lo que la hizo visible entre las guerrilleras y guerrilleros. Así, el grupo de Cabañas la contactó para que organizara grupos de estudio, pero la persona que había sido intermediaria fue asesinada y se rompió el contacto.
Meses después, al poco tiempo de que naciera su hijo, tuvo la oportunidad de conocer al grupo y a su dirigente, quienes le pidieron que diera una conferencia sobre la vida en la entonces URSS. Así, se integró al Partido de los Pobres.
“Todas pasamos por los mismos vía crucis. El castigo para las mujeres tiene todavía una connotación sexual muy canija --dice en el
libro--. Aparte de las golpizas, `pocitos` y todo lo demás, una tiene todavía que sufrir una agresión sexual muy severa que la deja a una muy marcada. Yo les quiero decir que, aunque he ido a terapias y todas esas cosas, y sin embargo todavía cuando hay alguna noticia o algo vuelvo a tener pesadillas, vuelvo a despertar a gritos y esas cosas. Entonces, eso se instala y no se va más”.
adriana rodríguez gonzález México, D.F., 10 de diciembre (apro-cimac).- El papel de las mujeres en el movimiento guerrillero que surgió en las décadas de los 70 y principios de los 80 en México fue relevante, pero poco conocido.
En el libro Memoria del primer encuentro nacional de mujeres exguerrilleras, de reciente edición, María de la Luz Aguilar Terrés, quien se encargó de compilar una serie de testimonios de mujeres que participaron en el Movimiento de Acción Revolucionaria (MAR). Las historias hablan de torturas, detenciones, desapariciones y muerte, pero también de convicciones e ideales que no han desaparecido.
Una de las mujeres del MAR, Minerva Armendáriz Ponce, recuerda, nostálgica, la infancia que vivió al lado de su hermano Carlos David, así como las historias que le contaba sobre un mundo ideal, donde la riqueza era repartida entre todos, donde los padres no necesitaban trabajar todo el día por un pago raquítico, donde no había guerras ni fronteras.
Minerva soñaba con el día en que los cuentos que le contaba su hermano se convirtieran en realidad. Pero a temprana edad descubrió lo difícil que sería alcanzarlos, cuando su hermano fue asesinado en la Sierra de Chihuahua.
Carlos se unió a la guerrilla a los 16 años y Minerva había cumplido los 12. Era el año de 1968.
La muerte de su hermano la dejó marcada, por lo que decidió seguir sus pasos. Se enroló en la guerrilla y pronto fue víctima de la represión. Fue secuestrada, torturada y confinada en una cárcel clandestina.
Al momento de su detención, estaba embarazada, pero ella no lo sabía.
A casi 40 años de distancia, Minerva vive ahora con mayor fortaleza. De sus experiencias se desprenden libros como Morir de sed junto a la fuente, dedicado a su hermano Carlos David y a los guerrilleros de los años sesenta.
Exintegrante del MAR, Hilda Escobedo Ocaña comenzó a colaborar, en 1979, con organizaciones campesinas, entre la que destaca la Emiliano Zapata, de la comunidad Venustiano Carranza, Chiapas.
Se presume que fue detenida-desparecida por la Dirección Federal de Seguridad (DFS) o por la “Brigada Blanca”, ambas comandadas por Miguel Nazar Haro, el 31 de diciembre de 1981, un día después de la captura de los profesores Juan Carlos Mendoza Galoz, con quien estaba casada, y Ezequiel Reyes Carrillo.
Hilda fue vista con vida en diciembre de 1984. Las personas que permanecieron presas entonces señalan que, junto con otros compañeros, ella fue torturada por policías que trataban de involucrarla en actividades que denominaron como subversivas.
También Hortensia García Zavala fue detenida junto con su esposo en 1979 por elementos de la “Brigada Blanca”, en la colonia Maravillas, en Nezahualcóyotl, estado de México, no sin antes entregar a su hijo de siete meses para protegerlo.
Sus familiares la buscaron durante 25 años hasta que, de acuerdo con testimonios, en 2003 localizaron los archivos de la DFS recién abiertos, que incluyen fotografías de ella y de su esposo, asesinados, con claras muestras de tortura.
Combates junto con Lucio Cabañas
Guillermina Cabañas, Teresa Franco y Alejandra Cárdenas fueron algunas mujeres que combatieron junto con el profesor Lucio Cabañas Barrientos, líder del Partido de los Pobres en el estado de Guerrero.
Ellas sufrieron, al igual que los combatientes e, incluso, familiares, la persecución, la detención, las torturas de los grupos policíacos y del Ejército.
Guillermina Cabañas comenzó sus actividades a principios de los setenta, cuando tenía 17 años de edad. Ella organizaba reuniones en las comunidades cercanas a Atoyac para informar a los pobladores sobre la lucha que realizaban en ese momento.
Ante la insistencia de Guillermina para unirse a la lucha, los padres accedieron a que abandonara el hogar en busca de sus ideales, con la condición de que la acompañara su hermano.
Fue así que se integró a un grupo donde todos los simpatizantes trabajaban para satisfacer las necesidades básicas. Hombres y mujeres se encargaban de conseguir los alimentos y cocinar. A ella le causaba curiosidad cómo los compañeros, ante la costumbre de que las esposas e hijas prepararan la comida, se vieran en constantes dificultades.
Entre las militantes del Partido del Pueblo estaba también Teresa Franco, quien recuerda que, cuando no tenían actividades, se dedicaban a leer libros de marxismo y terminaban el día cantando los corridos que eran del agrado de Lucio Cabañas.
Ella tuvo una experiencia cercana con Lucio Cabañas, pues se encargaba de trasladarlo a reuniones a nivel nacional, llevar armas, recoger compañeros e ir por uniformes.
“Nos piden nuestro testimonio, y muchos lo han dado, y yo me digo: ¿Cuándo van a dar testimonio los que nos torturaron y los que nos detuvieron? Que hable con la verdad Miguel Nazar, Luis Echeverría; que digan hasta donde la memoria les alcance, lo que hicieron”, señala en el libro.
“Cuando Nazar Haro dice que no es torturador, muchos de los que estamos vivos se lo vamos a repetir en su cara. Si no es torturador, que hablen las cárceles, porque cuántos compañeros, de los que no supimos ni su nombre, no sabemos nada de ellos y sabemos que cuando los sacaron no los volvieron a regresar a las celdas del Campo Militar”, dice.
En esos años, Alejandra Cárdenas fue invitada por compañeros de Guerrero a trabajar en la universidad. Era una oportunidad para contactar a Lucio Cabañas. Ella había estudiado en la Unión Soviética, lo que la hizo visible entre las guerrilleras y guerrilleros. Así, el grupo de Cabañas la contactó para que organizara grupos de estudio, pero la persona que había sido intermediaria fue asesinada y se rompió el contacto.
Meses después, al poco tiempo de que naciera su hijo, tuvo la oportunidad de conocer al grupo y a su dirigente, quienes le pidieron que diera una conferencia sobre la vida en la entonces URSS. Así, se integró al Partido de los Pobres.
“Todas pasamos por los mismos vía crucis. El castigo para las mujeres tiene todavía una connotación sexual muy canija --dice en el
libro--. Aparte de las golpizas, `pocitos` y todo lo demás, una tiene todavía que sufrir una agresión sexual muy severa que la deja a una muy marcada. Yo les quiero decir que, aunque he ido a terapias y todas esas cosas, y sin embargo todavía cuando hay alguna noticia o algo vuelvo a tener pesadillas, vuelvo a despertar a gritos y esas cosas. Entonces, eso se instala y no se va más”.
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