jueves, noviembre 1

Mole y tamales

Fco. Javier Chaín Revuelta

Se ha señalado en nuestro medio a la migración como un fenómeno complejo. Si el cristal con que se mira esta acomplejado los asuntos son complejos, basta no estar acomplejado para que todo cristal quede muy claro y transparente. Saber las causas principales de los flujos migratorios no tiene ninguna dificultad, las causas principales son el hambre, la miseria y la guerra. El hambre, la miseria y la guerra no tienen nada de complejo, basta una organizada y justa distribución de los alimentos por todo el planeta para que nadie pase hambre, basta que la justicia se aplique para desaparecer la miseria y basta eliminar la competencia entre lo seres humanos para eliminar la guerra. ¿Cómo lograr todo eso? Fácil, sólo hay eliminar el capitalismo. Si alguien quiere saber lo que es el capitalismo basta con que se pare a la orilla de la vía y observe los trenes que van hacia el norte con miles de parias del sur que huyen despavoridos del hambre, de la miseria y de la guerra hacia la última de las muertes que es la esperanza. La esperanza es lo último que muere.

Los flujos migratorios abundan y entre las distintas migraciones está la indígena. Los que la estudian aportan elementos que enriquecen el tema. Los indígenas contribuyen a la pluriculturalidad y multietnicidad de las ciudades y localidades donde se establecen, tanto en México como en Estados Unidos. Persisten su identidad y su cultura en los nuevos ámbitos. Ha aumentado no sólo el número de hablantes de lenguas indígenas en nuevas localidades y ciudades, sino que también la diversidad de manifestaciones étnicas y culturales. Los estudios migratorios en la ciudades de México o Tijuana lo demuestran.

Se encuentra, por ejemplo, que las celebraciones más importantes del ciclo ritual de algunas comunidades o elementos de dicho ciclo se expanden al espacio urbano, las velas zapotecas se realizan en la ciudad de México, las bandas oaxaqueñas amenizan a los emigrantes en sus fiestas en el nuevo espacio y en sus nuevos ritos, tales como asistir a la Basílica de Guadalupe el 12 de diciembre. Ejemplo de esto último son los migrantes de Tlacochahuaya residentes en la ciudad de México que se encargaron desde la década de los ochenta de organizar una peregrinación con estandarte, banda, y comida oaxaqueña al final de la peregrinación, para los tlacochahuayenses residentes en la ciudad de México y para los del pueblo que pudieran asistir en esas fechas.

Hay comunidades que han logrado replicar un espacio de la comunidad en la gran urbe, por ejemplo, los habitantes del pueblo de Chilapa de Díaz celebran actualmente su fiesta más importante del Dulce Nombre de Jesús simultáneamente en el pueblo, en la ciudad de México y en la ciudad de Minatitlán. En estos últimos dos lugares se ha construido un centro social con la imagen del santo patrón, El Dulce Nombre de Jesús, para honrar a su santo en los nuevos espacios conquistados. Esos elementos se relatan en los estudios sobre migración y se podrían llenar reseñas enteras de ejemplos similares.

Lo que si persiste y expande de lo propio de estas tierras náhuas es la visita anual de los muertos (1-2/Nov) La otra migración, la que salió de Medio Oriente a Europa y luego para América, fue la que trajo otros extraños cultos y crucificadas religiones cristianas, pero que finalmente se han adaptado y nahualizado, ahora ya reciben los cristianos, sin esperar juicios finales, con ofrendas y flores, a sus queridos muertos, no para juzgarlos, sino para convidarles lo que tanto les gusta: mole, tamales, cerveza, dulces, calabaza, tecojotes, más frutas y sobre todo para que convivan de nuevo con toda la familia. fjchaín@hotmail.com

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