jueves, noviembre 1

Yo pa arriba volteo muy poco
Fco. Javier Chaín Revuelta

El cielo no es ficción. La altura que el mayor astro de la noche puede alcanzar en el horizonte está en la cartas de los observatorios. Se sabe que la altura varía según la latitud del lugar desde el cual se observa. Las únicas zonas del planeta en que la Luna pasa por el cenit, es decir, en que se coloca diariamente encima de la cabeza de los que la contemplan, se hallan necesariamente comprendido entre el paralelo 28 y el ecuador.

En cuanto a la línea que sigue la Luna en su movimiento de traslación alrededor de la Tierra, el observatorio la expresa tan claramente que los más ignorantes comprenden que es una línea curva entrante, una elipse (y no un círculo) en que la Tierra ocupa uno de los focos. Estas órbitas elípticas son comunes a todos los planetas y a todos los satélites, y la mecánica racional prueba rigurosamente que no puede ser otra cosa. Para todos resulta pues evidente que la Luna se halla lo más lejos posible de la Tierra estando en su apogeo y lo más cerca en su perigeo. Para el año 2007 del calendario romano el perigeo sucedió el 25 de Octubre.

Los anteriores datos nadie puede olvidarlos decentemente. Lo que si es muy fácil es vulgarizar rápidamente estas observaciones, estos principios. Lo que es difícil es desarraigar en la gente muchos errores y ciertos miedos ilusorios. Algunas almas pecadoras sostuvieron que la Luna era un antiguo cometa que, recorriendo su órbita alrededor del Sol, pasó junto a la Tierra y se detuvo en su círculo de atracción. Así pretendieron explicar (astrónomos de salón) el aspecto ceniciento de la Luna, desgracia irreparable de que acusaban al astro radiante. Cuando se les hizo notar que los cometas tienen atmósfera y que la Luna carece de ella o poco menos, ya no supieron responder.

Otros, los del gremio de los temerosos, manifestaban pánico. Habían oído decir que, según las observaciones hechas en tiempo de los califas, el movimiento de rotación de la Luna se aceleraba en cierta proporción. Dedujeron con lógica que a una aceleración de movimiento debía corresponder una disminución de distancia entre los dos astros, y que prolongándose al infinito este doble efecto, la Luna, al fin y al cabo, había de chocar con la Tierra. Tocó a Laplace mostrar que a esta aceleración correspondía una disminución proporcional, garantizando que el equilibrio del mundo solar no podía alterarse en los siglos venideros.

Queda sin remedio la clase supersticiosa de los ignorantes, que no se contentan con ignorar, sino que saben lo que no es. Saben de la Luna demasiado; algunos de ellos consideran su disco como un bruñido espejo por cuyo medio se podían ver desde distintos puntos de la Tierra y comunicarse sus pensamientos. Otros pretenden que de las mil Lunas nuevas observadas, novecientas cincuenta habían acarreado notables perturbaciones, tales como cataclismos, revoluciones, terremotos, diluvios, pestes, etc., es decir, que creen en la influencia misteriosa del astro de la noche sobre los destinos humanos. Usan paliacates rojos. La miran como el verdadero contrapeso de la existencia, creen que a cada selenita le corresponde un habitante de la Tierra, al cual están unidos; creen que los convierte en lobos o brujas; sostienen con una convicción profunda que los varones nacen principalmente durante la Luna llena y las hembras en el cuarto menguante. fjchain@hotmail.com

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