PRD-López Obrador: La ruptura
alvaro delgado
México, D.F., 29 de octubre (apro).- Es sólo cuestión de tiempo, semanas o quizá meses, pero la facción dominante en el Partido de la Revolución Democrática (PRD), Nueva Izquierda, podrá proclamar que ya nada tiene que ver con Andrés Manuel López Obrador, el dirigente y candidato que más votos ha dado a la izquierda en toda su historia.
Origen es destino: Nueva Izquierda --que comandan Jesús Ortega y Jesús Zambrano, alias los “Chuchos”-- es el viejo Partido Socialista de los Trabajadores (PST) que desde su fundación, bajo el patrocinio de Luis Echeverría, fue comparsa del régimen, un patiño del PRI, como lo fueron, también, los partidos Popular Socialista (PPS) y el Auténtico de la Revolución Mexicana (PARM).
Rafael Aguilar Talamantes, el fundador del PST, “se convirtió al paso del tiempo en sinónimo de transacción política inescrupulosa, de opositor al gusto de los gobernantes, de dirigente dispuesto --a precio fijo-- al trabajo sucio”, según la descripción que hizo el periodista Oscar Hinojosa en entrevista con ese personaje, publicada en Proceso, en agosto de 1988, cuando reconoció patrocinios oficiales para existir como partido.
“Echeverría dio instrucciones a Víctor Bravo Ahuja, secretario de Educación Pública, para que nos proporcionara 30,000 pesos mensuales. Con esa cantidad, más un auxilio financiero que logramos con Fausto Cantú Peña (director entonces de Inmecafé, preso posteriormente bajo cargos de peculado), el PST pudo sostener su actividad durante un largo periodo.”
Aguilar Talamantes, quien como dirigente del Partido del Frente Cardenista de Reconstrucción Nacional (PFCRN), traicionaría a Cuauhtémoc Cárdenas en 1988, reveló también en la entrevista con Hinojosa apoyos, aunque no monetarios, de José López Portillo:
“Nunca recibimos directamente de Echeverría ningún tipo de ayuda económica o material. Tampoco a través de Mario Moya Palencia, secretario de Gobernación, recibimos apoyo económico. Echeverría dispuso que la ayuda se proporcionara a través de la SEP, porque nos consideraba muchachos de corte estudiantil organizando un partido político. Tampoco recibimos ayuda material de JLP. A él le debemos haber sido leal y haber cumplido su palabra de que la reforma política que le propusimos la echaría a caminar.”
Por eso no hay que extrañarse: Aguilar Talamantes es el mentor de los “Chuchos”, los creadores de Nueva Izquierda, la corriente perredista que, paulatina pero consistentemente, fue escalando posiciones hasta tomar el control del aparato burocrático partidista y, casi como El Yunque en el PAN, secuestrar dirigencias y candidaturas en todos los estados.
Y así como El Yunque, también a Nueva Izquierda no le importa tanto ganar las contiendas constitucionales, sino sólo copar las plurinominales para usufructuar el poder mediante cochupos y transas, entre ellas legitimar ahora, por ejemplo, a Felipe Calderón.
La historia de los “Chuchos” no es, por ello, exitosa ante la base perredista, menos ante la ciudadanía: han hecho siempre victorias de todas sus derrotas. El caso más claro es el de Jesús Ortega: cuantas veces ha aspirado a presidir el PRD, como ahora ante Alejandro Encinas, ha sino derrotado, aunque ha obtenido siempre ganancias que los votos no le han dado.
Los “Chuchos” saben desde hace tiempo que el control de la estructura del PRD, en prácticamente todo el país, no garantiza en automático el triunfo de Ortega, y decidieron no ser ellos los que rompan con sus adversarios internos, los identificados con López Obrador, sino que sean éstos los que decidan --en una acción extrema-- dejarles la franquicia, que es la que les importa para su usufructo de facción.
Por eso la línea de comportamiento de los operadores “Chuchos” --cuyo cerebro no es Ortega, sino Zambrano-- es clara en el Congreso: más que hacer efectiva la fuerza constitucional que el electorado les dio por la fuerza de López Obrador, traducida por ejemplo en iniciativas que hagan distinto y distinguible el proyecto de izquierda con el de la derecha, han actuado como cabús del PRI y recipiendarios de las migajas de Calderón.
Si ante la toma de posesión de Calderón sólo procedieron a un hipócrita montaje, porque sabían que no hacer nada era exhibirse de antemano, pronto procedieron a lo que saben hacer: reuniones, a hurtadillas, con funcionarios federales, abyección inclusive hasta en la censura a una de las suyas, Ruth Zavaleta, quien hasta se toma de la mano de Margarita Zavala.
Ahora, a la hipócrita manera del gobierno federal ante la detención del líder oaxaqueño Flavio Sosa --presentado casi como el exterminador de la civilización occidental--, los Chuchos usan la estridencia deleznable de Gerardo Fernández Noroña para abonar a su plan de quedarse con la franquicia perredista y, a tono con los jilgueros de la derecha, negociar un acuerdo con Calderón.
Por eso el operador de los Chuchos en el Senado, Carlos Navarrete, habla ya de establecer un “pacto político y social” con Calderón, y hasta ofreció “la disponibilidad del PRD” para discutirlo, en un alarde de patrimonialismo semejante al de Víctor Hugo Círigo --esposo de Zavaleta, ambos Chuchos-- en la Asamblea Legislativa, cuando advierte que será ésta la que “diseñe” el presupuesto del gobierno local, “pésele a quien le pese”.
Cuauhtémoc Cárdenas se ha inscrito en la misma línea, no sólo de alianza con los Chuchos --quienes oportunistamente llegaron a proponer su jubilación y de lo que ahora él es amnésico--, sino de validar la adulteración de la voluntad popular que él mismo alegó en 1988 y que ahora sólo acredita que se trató de un engaño a quienes por él votaron sin saber que pactaba, a escondidas, con Carlos Salinas.
Así, la vía de colisión está clara: los Chuchos, que han resucitado por conveniencias mutuas a Cárdenas, han emplazado a la ruptura a López Obrador --quien como presidente del PRD desplazó al PAN como segunda fuerza electoral, en 1997, y el año pasado obtuvo la mayor votación de la izquierda en su historia--, pero sobre todo a mexicanos que ingenuamente pensaron que eran de convicciones robustas.
Y en efecto, tal como ocurrió en el proceso para integrar el Congreso Nacional, Nueva Izquierda --la “izquierda moderna”, según la derecha “moderna”-- podrá obtener otro triunfo quedándose con el PRD, pero no será el de la voluntad ciudadana, el único que da legitimidad, sino el puro cascarón.
alvaro delgado
México, D.F., 29 de octubre (apro).- Es sólo cuestión de tiempo, semanas o quizá meses, pero la facción dominante en el Partido de la Revolución Democrática (PRD), Nueva Izquierda, podrá proclamar que ya nada tiene que ver con Andrés Manuel López Obrador, el dirigente y candidato que más votos ha dado a la izquierda en toda su historia.
Origen es destino: Nueva Izquierda --que comandan Jesús Ortega y Jesús Zambrano, alias los “Chuchos”-- es el viejo Partido Socialista de los Trabajadores (PST) que desde su fundación, bajo el patrocinio de Luis Echeverría, fue comparsa del régimen, un patiño del PRI, como lo fueron, también, los partidos Popular Socialista (PPS) y el Auténtico de la Revolución Mexicana (PARM).
Rafael Aguilar Talamantes, el fundador del PST, “se convirtió al paso del tiempo en sinónimo de transacción política inescrupulosa, de opositor al gusto de los gobernantes, de dirigente dispuesto --a precio fijo-- al trabajo sucio”, según la descripción que hizo el periodista Oscar Hinojosa en entrevista con ese personaje, publicada en Proceso, en agosto de 1988, cuando reconoció patrocinios oficiales para existir como partido.
“Echeverría dio instrucciones a Víctor Bravo Ahuja, secretario de Educación Pública, para que nos proporcionara 30,000 pesos mensuales. Con esa cantidad, más un auxilio financiero que logramos con Fausto Cantú Peña (director entonces de Inmecafé, preso posteriormente bajo cargos de peculado), el PST pudo sostener su actividad durante un largo periodo.”
Aguilar Talamantes, quien como dirigente del Partido del Frente Cardenista de Reconstrucción Nacional (PFCRN), traicionaría a Cuauhtémoc Cárdenas en 1988, reveló también en la entrevista con Hinojosa apoyos, aunque no monetarios, de José López Portillo:
“Nunca recibimos directamente de Echeverría ningún tipo de ayuda económica o material. Tampoco a través de Mario Moya Palencia, secretario de Gobernación, recibimos apoyo económico. Echeverría dispuso que la ayuda se proporcionara a través de la SEP, porque nos consideraba muchachos de corte estudiantil organizando un partido político. Tampoco recibimos ayuda material de JLP. A él le debemos haber sido leal y haber cumplido su palabra de que la reforma política que le propusimos la echaría a caminar.”
Por eso no hay que extrañarse: Aguilar Talamantes es el mentor de los “Chuchos”, los creadores de Nueva Izquierda, la corriente perredista que, paulatina pero consistentemente, fue escalando posiciones hasta tomar el control del aparato burocrático partidista y, casi como El Yunque en el PAN, secuestrar dirigencias y candidaturas en todos los estados.
Y así como El Yunque, también a Nueva Izquierda no le importa tanto ganar las contiendas constitucionales, sino sólo copar las plurinominales para usufructuar el poder mediante cochupos y transas, entre ellas legitimar ahora, por ejemplo, a Felipe Calderón.
La historia de los “Chuchos” no es, por ello, exitosa ante la base perredista, menos ante la ciudadanía: han hecho siempre victorias de todas sus derrotas. El caso más claro es el de Jesús Ortega: cuantas veces ha aspirado a presidir el PRD, como ahora ante Alejandro Encinas, ha sino derrotado, aunque ha obtenido siempre ganancias que los votos no le han dado.
Los “Chuchos” saben desde hace tiempo que el control de la estructura del PRD, en prácticamente todo el país, no garantiza en automático el triunfo de Ortega, y decidieron no ser ellos los que rompan con sus adversarios internos, los identificados con López Obrador, sino que sean éstos los que decidan --en una acción extrema-- dejarles la franquicia, que es la que les importa para su usufructo de facción.
Por eso la línea de comportamiento de los operadores “Chuchos” --cuyo cerebro no es Ortega, sino Zambrano-- es clara en el Congreso: más que hacer efectiva la fuerza constitucional que el electorado les dio por la fuerza de López Obrador, traducida por ejemplo en iniciativas que hagan distinto y distinguible el proyecto de izquierda con el de la derecha, han actuado como cabús del PRI y recipiendarios de las migajas de Calderón.
Si ante la toma de posesión de Calderón sólo procedieron a un hipócrita montaje, porque sabían que no hacer nada era exhibirse de antemano, pronto procedieron a lo que saben hacer: reuniones, a hurtadillas, con funcionarios federales, abyección inclusive hasta en la censura a una de las suyas, Ruth Zavaleta, quien hasta se toma de la mano de Margarita Zavala.
Ahora, a la hipócrita manera del gobierno federal ante la detención del líder oaxaqueño Flavio Sosa --presentado casi como el exterminador de la civilización occidental--, los Chuchos usan la estridencia deleznable de Gerardo Fernández Noroña para abonar a su plan de quedarse con la franquicia perredista y, a tono con los jilgueros de la derecha, negociar un acuerdo con Calderón.
Por eso el operador de los Chuchos en el Senado, Carlos Navarrete, habla ya de establecer un “pacto político y social” con Calderón, y hasta ofreció “la disponibilidad del PRD” para discutirlo, en un alarde de patrimonialismo semejante al de Víctor Hugo Círigo --esposo de Zavaleta, ambos Chuchos-- en la Asamblea Legislativa, cuando advierte que será ésta la que “diseñe” el presupuesto del gobierno local, “pésele a quien le pese”.
Cuauhtémoc Cárdenas se ha inscrito en la misma línea, no sólo de alianza con los Chuchos --quienes oportunistamente llegaron a proponer su jubilación y de lo que ahora él es amnésico--, sino de validar la adulteración de la voluntad popular que él mismo alegó en 1988 y que ahora sólo acredita que se trató de un engaño a quienes por él votaron sin saber que pactaba, a escondidas, con Carlos Salinas.
Así, la vía de colisión está clara: los Chuchos, que han resucitado por conveniencias mutuas a Cárdenas, han emplazado a la ruptura a López Obrador --quien como presidente del PRD desplazó al PAN como segunda fuerza electoral, en 1997, y el año pasado obtuvo la mayor votación de la izquierda en su historia--, pero sobre todo a mexicanos que ingenuamente pensaron que eran de convicciones robustas.
Y en efecto, tal como ocurrió en el proceso para integrar el Congreso Nacional, Nueva Izquierda --la “izquierda moderna”, según la derecha “moderna”-- podrá obtener otro triunfo quedándose con el PRD, pero no será el de la voluntad ciudadana, el único que da legitimidad, sino el puro cascarón.
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