Sin agua potable, colonias sitiadas por la inundación
Los víveres llegan muy lentamente a tabasqueños
Villahermosa, Tab. 2 de noviembre. “Ando tan cansada, que si me duermo y ahogo ni cuenta me voy a dar”. Es casi medianoche y la mujer sigue acarreando bultos desde las profundidades de su colonia, aledaña al centro de esta capital. La tarde ha sido larga y la noche será más. Se presagiaba aún peor. El Grijalva reventó en múltiples puntos y se llevó todos los esfuerzos de los militares por contener la tragedia.
La ciudad no para de día ni de noche, porque la emergencia no da tregua a la ciudad, y el cerco que tienden el Grijalva y el Carrizales desborda los esfuerzos oficiales. Ya asfixia la mayoría del territorio urbano, cuyos habitantes se repliegan hacia las zonas altas, lo cual ilustra la situación a que se ha llegado.
Con la noche, los rumores corren más rápido. “Que ya llegó a la catedral”, dicen. Es sólo uno más, basado en la crecida del agua. A unas cuadras, el atrio del templo católico se ha convertido en albergue.
También desde anoche la Quinta Grijalva, casa del gobernador Andrés Granier, cuyos jardines fueron habilitados para dar albergue a quienes fueron sorprendidos por la ruptura de los diques en el río Grijalva. Unas 200 personas hicieron eco al llamado oficial, a pesar de que en la parte trasera, la zona más baja de la residencia, el agua se acercaba amenazante, a sólo unos 20 metros del refugio recién improvisado.
Los vehículos anfibios de la Marina incursionan una y otra vez en las colonias para evacuar a la gente, ante la repentina inundación en las zonas aledañas al centro. Aunque no paran, los marinos ya reflejan los efectos de las horas transcurridas. Tanta gente rescatada y la que falta por salvar.
En las zonas más cercanas al área de desbordamiento del Grijalva había intenso tráfico de vehículos militares, que salían de sus posiciones anteriores, a un costado del malecón. Un nuevo repliegue ante la crecida del río. Los soldados abandonan la zona, donde durante horas llenaron sacos de arena que ahora están bajo el agua.
Cerca del Grijalva, en varias manzanas no hay luz. Aun así hay quienes buscan sacar todo lo posible de sus casas. Lo hacen bajo cuenta y riesgo propios. Los marinos que están en las márgenes sólo los miran internarse en la oscuridad, sin pretender frenar ese esfuerzo final por conservar algo que nadie les va a dar.
Algunas ratas nadan desesperadas en busca de una salida, mientras animales muertos y basura flotan en las aguas.
En medio de ese intenso trajinar, en otro punto de las áreas centrales de la ciudad, el altavoz de una patrulla reproducía un llamado con efectos desalentadores para quienes salían de sus colonias con la expectativa de capear pronto el temporal: “quienes quieran salir rumbo a Coatzacoalcos, se están concentrando camiones gratuitos que los van a llevar”.
Al amanecer, el anuncio se había convertido en opción real. Muchas personas, haciendo filas, se aglutinaban en la entrada principal de la Deportiva, donde los camioneros habían ofrecido transporte gratuito hasta Cárdenas, el punto más cercano a Veracruz.
La escena refleja la desolación de quienes no ven que la situación mejore ni esté bajo control, como sugiere el discurso oficial. No hay agua ni alimento suficiente. El riesgo crece y la desesperación también.
Con su hija de dos meses, Alma Delia Castellanos acompaña a su cuñada, quien está por salir del estado rumbo a Oaxaca, donde sus parientes le darán albergue. “Se va a llevar a la niña. Uno, como quiera. Pero, ¿y ésta? Se me va a enfermar”.
Los destinos de quienes hacen filas son diversos: Poza Rica, Coatzacoalcos y ciudad de México, entre otros. Donde sea, menos en Tabasco.
Unos ya se van, pero otros apenas fueron evacuados hoy. Del helicóptero de la Policía Federal descendieron decenas de mujeres y niños, que estaban refugiados en un monte cercano a la colonia Las Limas.
Apenas se le pregunta su situación, la respuesta de la mujer es una combinación de lamentos, sollozos, reproches y bendiciones. Una especie de catarsis de la tensión vivida durante dos días, en los cuales esperaron a los equipos de rescate. “Con cayucos nos llevaron hasta el monte, pero desde el cielo nadie nos veía. Hasta hoy por la mañana.”
En las colonias donde la inundanción no ha llegado, lo que más desespera a la gente es la falta de agua potable. Paradojas de esta desgracia: hay agua por donde se vea, pero de las llaves no sale ni gota, y conseguir un garrafón es un desafío a la paciencia.
En los medios gubernamentales, Granier aparece a todas horas. Su discurso paternalista combina vehementes descargas verbales y bravatas contra especuladores y delincuentes. Ciertamente, el mandatario ha desplegado su activismo en la capital, potenciado con la exaltación de su liderazgo, que los conductores reproducen y permea entre la población.
Pasado el mediodía, la Quinta Grijalva es foco de atracción para centenares de personas. Una enorme fila de personas rodea la casa oficial en busca de despensas, aunque la mayoría está en los albergues.
–¿No les dan de comer?
–Sí, pero unas galletas y jugo –reprocha una señora, para quien la comida que se distribuye “no quita el hambre”.
Aunque se habla de que toneladas de alimentos han llegado a la ciudad, a la gente le parece insuficiente, pues llega “a cuentagotas”.
Miguel Espinoza también esperaba, paciente, la ayuda oficial.
–¿Dónde vive?
–Vivía en las Gaviotas. Ahorita estamos en al aire, a ver que Dios dice.
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