Litigantes del narco
No cualquiera se atreve a defender a los narcotraficantes. Los que lo hacen, hombres y mujeres, son abogados que viven en el peligro, que se mueven en el universo criminal y personal de los que trafican con drogas. De esto trata el libro Los narcoabogados, del periodista Ricardo Ravelo, que la editorial Grijalbo pondrá en circulación esta semana. En él relata la historia de famosos abogados como Gustavo Salazar, defensor de Pablo Escobar; Diego Fernández de Cevallos y su relación con presuntos socios del cártel de Juárez, y Raquenel Villanueva, defensora del grupo de Juan García Ábrego, entre otros. Con autorización de la editorial y del autor, reproducimos el capítulo "El sospechoso Diego", así como partes sustanciales de "La abogada del narco" y "Así soy"
Ricardo Ravelo/PROCESO El sospechoso Diego
MEXICO, D.F., 01 DE OCTUBRE /A finales de 1996, el abogado y excandidato presidencial Diego Fernández de Cevallos se vio envuelto en un escándalo de dimensiones mayores: se le vinculó con el cártel de Juárez, encabezado entonces por Amado Carrillo Fuentes.
En aquella ocasión, una investigación de la Comisión Nacional Bancaria y de Valores (CNBV) confirmaba que el banco Anáhuac tenía inversiones del narcotráfico y que el dinero provenía de la organización criminal encabezada por El Señor de los Cielos. El involucramiento del cártel de Juárez en operaciones financieras en esa institución bancaria salpicó por igual a empresarios, políticos y abogados, como Rodolfo Zedillo Ponce de León o los familiares del expresidente Miguel de la Madrid, su hijo Federico y su sobrino Jorge Hurtado Horcasitas, a quienes la PGR consideró como los principales estrategas de la cesión del banco Anáhuac al cártel de Carrillo Fuentes.
En este complejo entramado de presunto lavado de dinero del narcotráfico apareció vinculado Jorge Fernando Bastida Gallardo, un personaje que creció a la sombra del occiso líder de la CTM Leonardo Rodríguez Alcaine; este individuo se presentaba en todas partes con su credencial de identificación más atractiva: la de empresario e inversionista, pero según las autoridades judiciales y hacendarias de entonces, en realidad era el principal lavador de dinero de su consuegro, Amado Carrillo, el capo que había llegado a la cúspide del poder en el cártel de Juárez mediante una traición: asesinando a su amigo y socio Rafael Aguilar Guajardo.
Bastida Gallardo y Rodolfo Zedillo se unieron en un proyecto para la construcción de un hotel en la Zona Rosa, en el que su presunto socio estaba dispuesto a invertir 9 millones de dólares. Pero la operación se deshizo y el contrato no se firmó, según aclaró tiempo después Zedillo, quien durante el sexenio de su hermano Ernesto se convirtió en uno de los más prósperos empresarios de la construcción. No había gobernador priista que se negara a otorgarle un contrato, y así, mediante esas amplias relaciones políticas y financieras, amasó una cuantiosa fortuna.
En dicho proyecto también estaría implicado Rodríguez Alcaine, quien tenía una estrecha relación con Bastida Gallardo: ambos eran miembros del Sindicato Nacional de Trabajadores Electricistas, donde se dedicaban a realizar negocios y a obtener jugosos contratos de obras que les dejaban ganancias millonarias.
El sindicato y los negocios que fluían alrededor constituían un verdadero botín, de ahí su aferramiento al poder sindical.
Pero el negocio principal era, de acuerdo con la información de ese expediente criminal, el lavado de dinero. El banco Anáhuac era el instrumento ideal para «blanquear» las presuntas ganancias del narcotráfico. Para ello, Bastida Gallardo se asoció con otros personajes, como Juan Zepeda y los familiares del expresidente De La Madrid. Tiempo después, dentro de un proyecto de construcción de un hotel, se descubrió que Rodolfo Zedillo también estaba relacionado con Bastida Gallardo.
El 4 de noviembre de 1996, quedó formalmente constituida la sociedad: se invirtieron 10 millones de dólares y este grupo político y financiero tomó así el control del Grupo Corporativo Anáhuac. De acuerdo con la información de la PGR, por lo menos el dinero invertido por Bastida Gallardo provenía del cártel de Juárez. Otra parte habría sido producto de un presunto fraude al Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS). Toda esta operación salió a relucir tras el escándalo que estalló por la intervención del banco Aná-huac, debido a que uno de los socios de esa institución, José Sánchez Pizzini (cuya fortuna, se dijo, formaría parte de la compra del paquete de acciones que había adquirido en su nueva empresa), era investigado por un millonario fraude con recursos del IMSS.
El escándalo estalló a finales de 1996, y como consecuencia del fraude con recursos del IMSS, el grupo Anáhuac fue intervenido por la CNBV. El grupo financiero requería un defensor de peso completo y lo encontró en Diego Fernández de Cevallos, el influyente abogado del PAN. Por su parte, Jorge Fernando Bastida Gallardo requirió la misma asistencia legal para enfrentar las múltiples acusaciones en su contra.
El consuegro de Carrillo Fuentes realizó dos pagos al defensor del banco Anahuac, presuntamente por los servicios contratados, por 995 mil pesos y 2 millones de pesos, respectivamente, que fueron cubiertos con los cheques 76859 y 76860, a nombre de Fernández de Cevallos. El dinero, se dijo entonces, era del narcotráfico.
El descubrimiento de estos movimientos financieros pronto colocó a Fernández de Cevallos en el centro de la sospecha. En medio del enredo financiero, derivado de las turbias relaciones de los compradores del banco, el controvertido Jefe Diego —famoso por utilizar su influyentismo para atraer y ganar casos difíciles en el mundo legal— argumentó que nada tenía que ver con el nar-cotráfico. Y rápido pretendió desligarse del embrollo con el siguiente alegato: "A mí me solicitaron una intervención a favor de un grupo financiero, no de una persona física". En su explicación dijo ignorar si existían o no nexos entre Bastida Gallardo y otra persona implicada en actividades delictivas. En ese tiempo, aseguró que el Grupo Anáhuac "no tuvo ni tiene una responsabilidad al respecto y desconozco cualquier acción o conducta que implique lavado de dinero o narcotráfico". Y con respecto a los cheques firmados por quien las autoridades consideraban operador de Amado Carrillo, dijo en una entrevista: "Lo relativo a mis ingresos le corresponde al fisco, y sobre ese particular no tengo nada que informar. Ni si recibí ni si no recibo ni quién expide un cheque ni en dónde se deposita…". Sobrexcitado, gritó: "Sobre mis ingresos, repito, sólo le reporto al fisco, ni a mi mujer…".
A principios de julio de 1997, el capo Amado Carrillo Fuentes echó a andar un plan largamente ma-quinado para cambiar su aspecto físico. El cártel de Juárez y buena parte de sus ramificaciones se habían instalado en Chile y otros países de Sudamérica.
Después de varios meses de estancia en varias naciones sudamericanas, Carrillo Fuentes viajó a México sin avisarle a nadie (salvo a sus familiares más cercanos) de lo que pretendía hacer a su llegada. El plan consistía en someterse a una cirugía plástica y liposucción en el hospital Santa Mónica de la Ciudad de México, con el fin de cambiar su fisonomía.
La operación se llevó a cabo bajo la coordinación del doctor Ramón Pedro López Saucedo, jefe de Cirugía Plástica del mencionado nosocomio. La intervención había resultado un éxito. El capo se recuperaba lentamente, pero una sobredósis de Dormicum, suministrada presuntamente por un médico de guardia y sin la autorización del doctor responsable del paciente, terminó con la vida de uno de los narcotraficantes más poderosos de México.
Se sabe que en dicha clínica ya había sido intervenido, con el mismo fin, Vicente Carrillo, actual jefe del cártel de Juárez.
Otros miembros de esa organización, como Ismael Zambada, El Mayo, también cambiaron su fisonomía: de ser de cara redonda y gordo, Zambada aparece ahora en fotografías en poder de la PGR con el rostro afilado, sin bigote y sin las redondas mejillas que lo hacían ver mofletudo y regordete.
Horas más tarde, empezaba a correr la noticia sobre la muerte del capo, pero no era posible confirmarlo. La PGR, a través de sus múltiples conexiones, comenzó a rastrear el cuerpo de Carrillo Fuentes para confirmar su muerte, pues podría tratarse de una argucia, de un plan bien maquinado para desaparecer y no ser molestado. Hurgaron en varios hospitales, pero no encontraban pistas, hasta que por fin comenzaron a buscar el cadáver en las funerarias.
La PGR se enteró que El Señor de los Cielos estaba siendo velado en la funeraria Juan García López, localizada en la colonia Juárez, bajo el nombre de Antonio Flores Montes. Cuando los agentes ingresaron para constatar la identidad del muerto, tuvieron problemas para ver el cuerpo. Bajo otra identidad y totalmente cambiada su fisonomía, el cadáver del capo yacía postrado en el féretro, envuelto en su mortaja. Los familiares negaron el acceso a los agentes federales. Horas más tarde de aquel 4 de julio de 1997, elementos de la DEA se dispersaron por todas partes.
Ellos confirmarían, antes que la PGR, el fallecimiento del narcotra-ficante, y se adelantarían, como siempre ocurre, a dar la noticia. La PGR lo hizo días después, luego de una larga y agotadora búsqueda que llevó a los investigadores a confrontarse con los familiares del occiso, tanto en la Ciudad de México como en Culiacán, Sinaloa, adonde fue llevado al velatorio San Martín.
El negocio y los dueños de la funeraria «Juan García López» fueron sometidos a investigación por parte de la PGR. Cuando el fiscal Mariano Herrán Salvatti intentó cuestionar a los propietarios, también se negaron a dar información sobre el personaje fallecido. Todo era un misterio. Sin rodeos, dijeron a los agentes de la PGR:
—Nosotros no estamos autorizados a dar información. La funeraria es un negocio abierto para quien solicita el servicio. La persona que está siendo velada responde al nombre que ustedes pueden ver en la pizarra. Fue traído hace algunas horas. Si quieren más datos, hablen con nuestro representante legal.
—¿Quién es su representante legal? —preguntó uno de los altos mandos de la PGR.
—El licenciado Diego Fernández de Cevallos.
La abogada del narco
Amiga de narcotraficantes, defensora de personajes del llamado «bajo mundo» de la delincuencia, Silvia Raquenel Villanueva Fraustro saltó a la fama sin haberse trazado tal propósito. Nunca pensó ser nota de primera plana, y mucho menos cruzó por su mente que algún día su foto sería desplegada a todo color en la prensa nacional, en un momento crucial de su vida: cuando su cuerpo, exhausto, se desplomaba herido por las balas.
Durante sus primeros 25 años, su vida giraba en otro eje, distante de esos momentos trágicos. El destino, sin embargo, con sus interminables juegos malabáricos, le tenía preparada una emboscada. Cuando parecía destinada a pasar largos años frente a una máquina de escribir, un inesperado golpe del azar sacudió su entorno y fue impulsada al agitado mundo de la abogacía.
Desde hace cinco lustros, La abogada de hierro, como le llaman, está inmersa en esa vorágine, transformada a cada instante en un pedazo de vida lleno de tensión, que no conoce el reposo si de pelear en un tribunal se trata.
Esta mujer locuaz, nacida el 26 de junio de 1953 en Monterrey, Nuevo León, es quizá la abogada más pu-blicitada por la prensa mexicana. Con sólo mencionar su nombre, se activa el proyector mental y saltan, una tras otra, las imágenes de una parte de su vida: la que corresponde a sus segundos 25 años, los cuales están saturados de escándalos relacionados con asesinatos, dólares, droga, tiroteos y venganzas. Tiene una fama bien ganada y su historia podría ser parte de un guión cinematográfico o de una novela policiaca que, sin duda, mantendría al público en permanente tensión y crisparía los nervios del individuo más equilibrado.
En su gremio —ese mundo de golpes bajos y de corrupción en el que se mueven algunos litigantes del narcotráfico— no existe otro abogado que, como ella, haya sobrevivido a cuatro atentados con armas de alto poder y que, pese a su caos interior, aún disponga de valor para seguir enfrentando múltiples enredos legales en los tribunales del país, donde se desenvuelve con seguridad y destreza, como un combatiente en campo. A veces es explosiva y gritona. Vive las fases procesales de un juicio en completa tensión. Por momentos, las cuerdas de sus ánimos llegan al máximo estiramiento y al límite de su resistencia.
Como si fuera una principiante que no mide ni calcula sus límites —sólo ella conoce sus estrategias— Raquenel grita, se enoja, le mienta la madre a los jueces, saca de balance a los rivales, le rompe el esquema a los impartidores de justicia, manotea, avienta papeles, golpea los escritorios… Con esa fuerza incontenible puede incendiar un juzgado, poner fin a una diligencia y salir con ventaja de una audiencia prolongada, porque ha logrado su propósito: invertir los papeles y favorecer a su cliente. Este signo de valentía, nadie lo duda, proviene de la fuerza volcánica de su explosivo carácter, cuyos resortes internos se disparan ante la menor provocación exterior.
Este sello, que la caracteriza desde la niñez, y que se afianzó en la adolescencia y en buena parte de su juventud, ha sido la causa de diversas polémicas: muchos de sus clientes creen tener en Raquenel a una auténtica defensora que no se doblará ni con varios "cañonazos de dólares". Les proyecta confianza, seguridad y fuerza interior para no desfallecer aún cuando el caso esté perdido o algún juez se apreste a dictar una sentencia de 50 años.
Pero al mismo tiempo, esos rasgos de su personalidad le han atraído enemigos, muchos de ellos colegas suyos o jueces federales, quienes la ven con rechazo. Por eso la llaman El terror de los tribunales (...)
(...) Pero en el mundo de la mafia (al que no llegó por decisión propia sino por el encuentro casual con un capo), su condición de mujer no ha sido un blindaje suficiente para que los gatilleros del narco se detengan y no disparen sus armas. Al contrario, dentro de esa ley las reglas de matar no distinguen sexo: sus enemigos la han atacado con la misma saña que pueden sentir contra cualquier otro rival que pretende arrebatarles el negocio y apoderarse de un ansiado botín (...).
Así soy
A sus 52 años de edad —25 de ellos como abogada—, Raquenel Villanueva sigue litigando en todo el país. Defiende a personas de todos los cárteles de la droga, dice, y no tiene preferencia por ninguno. "A mí me llaman y yo analizo si tomo el caso o lo rechazo.
Les cobro lo justo y hay personas a las que no les cobro. A otros les cobro hasta el aire. No es cierto que tenga mucho dinero. Lo más que he ganado son 350 mil dólares. Me los pagó Reséndez Bertolucci. Me los gasté con mi familia.
"Soy madre soltera, soy la hija que más dolores de cabeza ha dado en mi casa, no me he quedado con ganas de nada. He hecho lo que he querido. Le he faltado a Dios en todas las formas.
Les fallé a mis padres, le fallé a mi hija porque no le di un padre.
El día que más lloré fue cuando estaba en el hospital y me vi todas las heridas. Al fin mujer, soy vanidosa. Estaba yo toda abierta de la panza. Me levantaron siete capas del estómago y me tenían que acomodar una por una.
Estuve 23 días con el estómago inflamado. La operación duró 14 horas. Ese día lloré y le pedí a Dios que me perdonara. En mi profesión tengo que ser dura, muy dura. Después de pelearme con alguien, de mentarle la madre por el mugrero que hay en la justicia, llego a mi casa y lloro con mi mamá, con mi papá y con mi hija.
"Soy una mujer a la que Dios le está dando una segunda oportunidad. Reconozco que sigo teniendo defectos porque soy un ser humano. Sigo cometiendo pendejadas, pero también hago lo que debo hacer: defender a quien me busca, al que cree en mí (...)".
No cualquiera se atreve a defender a los narcotraficantes. Los que lo hacen, hombres y mujeres, son abogados que viven en el peligro, que se mueven en el universo criminal y personal de los que trafican con drogas. De esto trata el libro Los narcoabogados, del periodista Ricardo Ravelo, que la editorial Grijalbo pondrá en circulación esta semana. En él relata la historia de famosos abogados como Gustavo Salazar, defensor de Pablo Escobar; Diego Fernández de Cevallos y su relación con presuntos socios del cártel de Juárez, y Raquenel Villanueva, defensora del grupo de Juan García Ábrego, entre otros. Con autorización de la editorial y del autor, reproducimos el capítulo "El sospechoso Diego", así como partes sustanciales de "La abogada del narco" y "Así soy"
Ricardo Ravelo/PROCESO El sospechoso Diego
MEXICO, D.F., 01 DE OCTUBRE /A finales de 1996, el abogado y excandidato presidencial Diego Fernández de Cevallos se vio envuelto en un escándalo de dimensiones mayores: se le vinculó con el cártel de Juárez, encabezado entonces por Amado Carrillo Fuentes.
En aquella ocasión, una investigación de la Comisión Nacional Bancaria y de Valores (CNBV) confirmaba que el banco Anáhuac tenía inversiones del narcotráfico y que el dinero provenía de la organización criminal encabezada por El Señor de los Cielos. El involucramiento del cártel de Juárez en operaciones financieras en esa institución bancaria salpicó por igual a empresarios, políticos y abogados, como Rodolfo Zedillo Ponce de León o los familiares del expresidente Miguel de la Madrid, su hijo Federico y su sobrino Jorge Hurtado Horcasitas, a quienes la PGR consideró como los principales estrategas de la cesión del banco Anáhuac al cártel de Carrillo Fuentes.
En este complejo entramado de presunto lavado de dinero del narcotráfico apareció vinculado Jorge Fernando Bastida Gallardo, un personaje que creció a la sombra del occiso líder de la CTM Leonardo Rodríguez Alcaine; este individuo se presentaba en todas partes con su credencial de identificación más atractiva: la de empresario e inversionista, pero según las autoridades judiciales y hacendarias de entonces, en realidad era el principal lavador de dinero de su consuegro, Amado Carrillo, el capo que había llegado a la cúspide del poder en el cártel de Juárez mediante una traición: asesinando a su amigo y socio Rafael Aguilar Guajardo.
Bastida Gallardo y Rodolfo Zedillo se unieron en un proyecto para la construcción de un hotel en la Zona Rosa, en el que su presunto socio estaba dispuesto a invertir 9 millones de dólares. Pero la operación se deshizo y el contrato no se firmó, según aclaró tiempo después Zedillo, quien durante el sexenio de su hermano Ernesto se convirtió en uno de los más prósperos empresarios de la construcción. No había gobernador priista que se negara a otorgarle un contrato, y así, mediante esas amplias relaciones políticas y financieras, amasó una cuantiosa fortuna.
En dicho proyecto también estaría implicado Rodríguez Alcaine, quien tenía una estrecha relación con Bastida Gallardo: ambos eran miembros del Sindicato Nacional de Trabajadores Electricistas, donde se dedicaban a realizar negocios y a obtener jugosos contratos de obras que les dejaban ganancias millonarias.
El sindicato y los negocios que fluían alrededor constituían un verdadero botín, de ahí su aferramiento al poder sindical.
Pero el negocio principal era, de acuerdo con la información de ese expediente criminal, el lavado de dinero. El banco Anáhuac era el instrumento ideal para «blanquear» las presuntas ganancias del narcotráfico. Para ello, Bastida Gallardo se asoció con otros personajes, como Juan Zepeda y los familiares del expresidente De La Madrid. Tiempo después, dentro de un proyecto de construcción de un hotel, se descubrió que Rodolfo Zedillo también estaba relacionado con Bastida Gallardo.
El 4 de noviembre de 1996, quedó formalmente constituida la sociedad: se invirtieron 10 millones de dólares y este grupo político y financiero tomó así el control del Grupo Corporativo Anáhuac. De acuerdo con la información de la PGR, por lo menos el dinero invertido por Bastida Gallardo provenía del cártel de Juárez. Otra parte habría sido producto de un presunto fraude al Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS). Toda esta operación salió a relucir tras el escándalo que estalló por la intervención del banco Aná-huac, debido a que uno de los socios de esa institución, José Sánchez Pizzini (cuya fortuna, se dijo, formaría parte de la compra del paquete de acciones que había adquirido en su nueva empresa), era investigado por un millonario fraude con recursos del IMSS.
El escándalo estalló a finales de 1996, y como consecuencia del fraude con recursos del IMSS, el grupo Anáhuac fue intervenido por la CNBV. El grupo financiero requería un defensor de peso completo y lo encontró en Diego Fernández de Cevallos, el influyente abogado del PAN. Por su parte, Jorge Fernando Bastida Gallardo requirió la misma asistencia legal para enfrentar las múltiples acusaciones en su contra.
El consuegro de Carrillo Fuentes realizó dos pagos al defensor del banco Anahuac, presuntamente por los servicios contratados, por 995 mil pesos y 2 millones de pesos, respectivamente, que fueron cubiertos con los cheques 76859 y 76860, a nombre de Fernández de Cevallos. El dinero, se dijo entonces, era del narcotráfico.
El descubrimiento de estos movimientos financieros pronto colocó a Fernández de Cevallos en el centro de la sospecha. En medio del enredo financiero, derivado de las turbias relaciones de los compradores del banco, el controvertido Jefe Diego —famoso por utilizar su influyentismo para atraer y ganar casos difíciles en el mundo legal— argumentó que nada tenía que ver con el nar-cotráfico. Y rápido pretendió desligarse del embrollo con el siguiente alegato: "A mí me solicitaron una intervención a favor de un grupo financiero, no de una persona física". En su explicación dijo ignorar si existían o no nexos entre Bastida Gallardo y otra persona implicada en actividades delictivas. En ese tiempo, aseguró que el Grupo Anáhuac "no tuvo ni tiene una responsabilidad al respecto y desconozco cualquier acción o conducta que implique lavado de dinero o narcotráfico". Y con respecto a los cheques firmados por quien las autoridades consideraban operador de Amado Carrillo, dijo en una entrevista: "Lo relativo a mis ingresos le corresponde al fisco, y sobre ese particular no tengo nada que informar. Ni si recibí ni si no recibo ni quién expide un cheque ni en dónde se deposita…". Sobrexcitado, gritó: "Sobre mis ingresos, repito, sólo le reporto al fisco, ni a mi mujer…".
A principios de julio de 1997, el capo Amado Carrillo Fuentes echó a andar un plan largamente ma-quinado para cambiar su aspecto físico. El cártel de Juárez y buena parte de sus ramificaciones se habían instalado en Chile y otros países de Sudamérica.
Después de varios meses de estancia en varias naciones sudamericanas, Carrillo Fuentes viajó a México sin avisarle a nadie (salvo a sus familiares más cercanos) de lo que pretendía hacer a su llegada. El plan consistía en someterse a una cirugía plástica y liposucción en el hospital Santa Mónica de la Ciudad de México, con el fin de cambiar su fisonomía.
La operación se llevó a cabo bajo la coordinación del doctor Ramón Pedro López Saucedo, jefe de Cirugía Plástica del mencionado nosocomio. La intervención había resultado un éxito. El capo se recuperaba lentamente, pero una sobredósis de Dormicum, suministrada presuntamente por un médico de guardia y sin la autorización del doctor responsable del paciente, terminó con la vida de uno de los narcotraficantes más poderosos de México.
Se sabe que en dicha clínica ya había sido intervenido, con el mismo fin, Vicente Carrillo, actual jefe del cártel de Juárez.
Otros miembros de esa organización, como Ismael Zambada, El Mayo, también cambiaron su fisonomía: de ser de cara redonda y gordo, Zambada aparece ahora en fotografías en poder de la PGR con el rostro afilado, sin bigote y sin las redondas mejillas que lo hacían ver mofletudo y regordete.
Horas más tarde, empezaba a correr la noticia sobre la muerte del capo, pero no era posible confirmarlo. La PGR, a través de sus múltiples conexiones, comenzó a rastrear el cuerpo de Carrillo Fuentes para confirmar su muerte, pues podría tratarse de una argucia, de un plan bien maquinado para desaparecer y no ser molestado. Hurgaron en varios hospitales, pero no encontraban pistas, hasta que por fin comenzaron a buscar el cadáver en las funerarias.
La PGR se enteró que El Señor de los Cielos estaba siendo velado en la funeraria Juan García López, localizada en la colonia Juárez, bajo el nombre de Antonio Flores Montes. Cuando los agentes ingresaron para constatar la identidad del muerto, tuvieron problemas para ver el cuerpo. Bajo otra identidad y totalmente cambiada su fisonomía, el cadáver del capo yacía postrado en el féretro, envuelto en su mortaja. Los familiares negaron el acceso a los agentes federales. Horas más tarde de aquel 4 de julio de 1997, elementos de la DEA se dispersaron por todas partes.
Ellos confirmarían, antes que la PGR, el fallecimiento del narcotra-ficante, y se adelantarían, como siempre ocurre, a dar la noticia. La PGR lo hizo días después, luego de una larga y agotadora búsqueda que llevó a los investigadores a confrontarse con los familiares del occiso, tanto en la Ciudad de México como en Culiacán, Sinaloa, adonde fue llevado al velatorio San Martín.
El negocio y los dueños de la funeraria «Juan García López» fueron sometidos a investigación por parte de la PGR. Cuando el fiscal Mariano Herrán Salvatti intentó cuestionar a los propietarios, también se negaron a dar información sobre el personaje fallecido. Todo era un misterio. Sin rodeos, dijeron a los agentes de la PGR:
—Nosotros no estamos autorizados a dar información. La funeraria es un negocio abierto para quien solicita el servicio. La persona que está siendo velada responde al nombre que ustedes pueden ver en la pizarra. Fue traído hace algunas horas. Si quieren más datos, hablen con nuestro representante legal.
—¿Quién es su representante legal? —preguntó uno de los altos mandos de la PGR.
—El licenciado Diego Fernández de Cevallos.
La abogada del narco
Amiga de narcotraficantes, defensora de personajes del llamado «bajo mundo» de la delincuencia, Silvia Raquenel Villanueva Fraustro saltó a la fama sin haberse trazado tal propósito. Nunca pensó ser nota de primera plana, y mucho menos cruzó por su mente que algún día su foto sería desplegada a todo color en la prensa nacional, en un momento crucial de su vida: cuando su cuerpo, exhausto, se desplomaba herido por las balas.
Durante sus primeros 25 años, su vida giraba en otro eje, distante de esos momentos trágicos. El destino, sin embargo, con sus interminables juegos malabáricos, le tenía preparada una emboscada. Cuando parecía destinada a pasar largos años frente a una máquina de escribir, un inesperado golpe del azar sacudió su entorno y fue impulsada al agitado mundo de la abogacía.
Desde hace cinco lustros, La abogada de hierro, como le llaman, está inmersa en esa vorágine, transformada a cada instante en un pedazo de vida lleno de tensión, que no conoce el reposo si de pelear en un tribunal se trata.
Esta mujer locuaz, nacida el 26 de junio de 1953 en Monterrey, Nuevo León, es quizá la abogada más pu-blicitada por la prensa mexicana. Con sólo mencionar su nombre, se activa el proyector mental y saltan, una tras otra, las imágenes de una parte de su vida: la que corresponde a sus segundos 25 años, los cuales están saturados de escándalos relacionados con asesinatos, dólares, droga, tiroteos y venganzas. Tiene una fama bien ganada y su historia podría ser parte de un guión cinematográfico o de una novela policiaca que, sin duda, mantendría al público en permanente tensión y crisparía los nervios del individuo más equilibrado.
En su gremio —ese mundo de golpes bajos y de corrupción en el que se mueven algunos litigantes del narcotráfico— no existe otro abogado que, como ella, haya sobrevivido a cuatro atentados con armas de alto poder y que, pese a su caos interior, aún disponga de valor para seguir enfrentando múltiples enredos legales en los tribunales del país, donde se desenvuelve con seguridad y destreza, como un combatiente en campo. A veces es explosiva y gritona. Vive las fases procesales de un juicio en completa tensión. Por momentos, las cuerdas de sus ánimos llegan al máximo estiramiento y al límite de su resistencia.
Como si fuera una principiante que no mide ni calcula sus límites —sólo ella conoce sus estrategias— Raquenel grita, se enoja, le mienta la madre a los jueces, saca de balance a los rivales, le rompe el esquema a los impartidores de justicia, manotea, avienta papeles, golpea los escritorios… Con esa fuerza incontenible puede incendiar un juzgado, poner fin a una diligencia y salir con ventaja de una audiencia prolongada, porque ha logrado su propósito: invertir los papeles y favorecer a su cliente. Este signo de valentía, nadie lo duda, proviene de la fuerza volcánica de su explosivo carácter, cuyos resortes internos se disparan ante la menor provocación exterior.
Este sello, que la caracteriza desde la niñez, y que se afianzó en la adolescencia y en buena parte de su juventud, ha sido la causa de diversas polémicas: muchos de sus clientes creen tener en Raquenel a una auténtica defensora que no se doblará ni con varios "cañonazos de dólares". Les proyecta confianza, seguridad y fuerza interior para no desfallecer aún cuando el caso esté perdido o algún juez se apreste a dictar una sentencia de 50 años.
Pero al mismo tiempo, esos rasgos de su personalidad le han atraído enemigos, muchos de ellos colegas suyos o jueces federales, quienes la ven con rechazo. Por eso la llaman El terror de los tribunales (...)
(...) Pero en el mundo de la mafia (al que no llegó por decisión propia sino por el encuentro casual con un capo), su condición de mujer no ha sido un blindaje suficiente para que los gatilleros del narco se detengan y no disparen sus armas. Al contrario, dentro de esa ley las reglas de matar no distinguen sexo: sus enemigos la han atacado con la misma saña que pueden sentir contra cualquier otro rival que pretende arrebatarles el negocio y apoderarse de un ansiado botín (...).
Así soy
A sus 52 años de edad —25 de ellos como abogada—, Raquenel Villanueva sigue litigando en todo el país. Defiende a personas de todos los cárteles de la droga, dice, y no tiene preferencia por ninguno. "A mí me llaman y yo analizo si tomo el caso o lo rechazo.
Les cobro lo justo y hay personas a las que no les cobro. A otros les cobro hasta el aire. No es cierto que tenga mucho dinero. Lo más que he ganado son 350 mil dólares. Me los pagó Reséndez Bertolucci. Me los gasté con mi familia.
"Soy madre soltera, soy la hija que más dolores de cabeza ha dado en mi casa, no me he quedado con ganas de nada. He hecho lo que he querido. Le he faltado a Dios en todas las formas.
Les fallé a mis padres, le fallé a mi hija porque no le di un padre.
El día que más lloré fue cuando estaba en el hospital y me vi todas las heridas. Al fin mujer, soy vanidosa. Estaba yo toda abierta de la panza. Me levantaron siete capas del estómago y me tenían que acomodar una por una.
Estuve 23 días con el estómago inflamado. La operación duró 14 horas. Ese día lloré y le pedí a Dios que me perdonara. En mi profesión tengo que ser dura, muy dura. Después de pelearme con alguien, de mentarle la madre por el mugrero que hay en la justicia, llego a mi casa y lloro con mi mamá, con mi papá y con mi hija.
"Soy una mujer a la que Dios le está dando una segunda oportunidad. Reconozco que sigo teniendo defectos porque soy un ser humano. Sigo cometiendo pendejadas, pero también hago lo que debo hacer: defender a quien me busca, al que cree en mí (...)".
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