Martí Batres Guadarrama
Los muertos de Oaxaca, por culpa de Calderón
Ulises Ruiz es un gobernante asesino, es un gobernante repudiado por su pueblo, es un gobernante desterrado de su estado. Sin embargo, después de medio año de conflicto su caída no se formaliza, no se concreta. Su aferramiento sólo encuentra explicación en la debilidad política del sistema, y en especial, en una sucesión marcada por la ilegitimidad. Felipe Calderón, el presidente electo espurio, no tiene la fuerza de los votos ni la autoridad moral ni política para enfrentar a Ulises Ruiz. No tiene el apoyo del pueblo ni su confianza para someterlo al imperio de la legalidad y la democracia. Al contrario, Calderón necesita a esos grupos del PRI como salvavidas para nadar hacia el primero de diciembre. Por eso el PAN, en un acto sin precedentes, apoyó electoralmente al PRI en Chiapas; por eso operó electoralmente a favor del PRI en Tabasco; por eso sostiene al góber precioso en Puebla; por eso encubre y protege las relaciones de Emilio Gamboa Patrón con las redes de violadores de niños. Por eso Ulises Ruiz puede defraudar, puede robar, puede golpear, puede desaparecer gente, y puede matar sin que pase ab-so-lu-ta-men-te na-da.
En el colmo de la indignidad y de la abyección, el gobierno federal interviene con la fuerza militar después de que ha sido asesinado un camarógrafo estadunidense. Pero de manera inaudita, en lugar de someter a los asesinos, la fuerza pública reprime a las víctimas de los pistoleros.
El Congreso de la Unión, el mismo que con facilidad y docilidad votó el desafuero de Andrés Manuel López Obrador por intentar construir un camino para un hospital, abdica de sus facultades para tomar decisiones en contra de un gobernante que ha derramado la sangre de los oaxaqueños. El Senado de la República puede decretar la desaparición de poderes en Oaxaca, pero sólo se limita a hacer un tímido exhorto, que por lo demás pretende poner en igualdad de circunstancias a ambas partes del conflicto. La Cámara de Diputados podría iniciar juicio político en contra de Ulises Ruiz, pero se limita a solicitar amablemente la reflexión del señor Ruiz sobre su futuro inmediato. La PGR, tan activa en las lides políticas a lo largo del sexenio, podría solicitar el desafuero de Ulises Ruiz a la Cámara de Diputados, pero tampoco parece tener intención de ayudar a resolver este conflicto.
La situación de Oaxaca se pudre cada día más. No hay autoridad legítima, no hay clases en las escuelas, los comercios son saqueados por la PFP, hay decenas de personas que han sido desaparecidas, policías de Ulises Ruiz y grupos paramilitares han asesinado a maestros, colonos, campesinos, indígenas y periodistas. En medio de la debacle, los diputados locales acuerdan prolongar su mandato de manera inconstitucional hasta por cuatro años. Por mucho menos, en el pasado, han caído decenas de gobernadores. El estado de derecho, que llena los discursos de priístas y panistas, luce por su ausencia.
Mientras tanto, en el cuarto de guerra del señor Calderón lo que predomina es el temor y la cobardía por un lado, y la subordinación a las mafias por otra parte. No pueden condenar las acciones de Ulises Ruiz. No pueden romper los frágiles acuerdos que tomaron la noche del 2 de julio con todos los gobernadores del PRI que operaron el fraude a favor de Calderón. No quieren precipitar la caída de Ulises Ruiz porque tienen la convicción de que seguiría Calderón. No pueden afectar los acuerdos con el PRI en el Congreso porque se elevarían aún más los riesgos de que Calderón no tome protesta el próximo primero de diciembre.
El sostén de esos viejos cacicazgos, de esas premodernas formaciones políticas es ni más ni menos que el mismísimo Calderón. El ha sido en estos meses el oxígeno de estos grupos de poder en el sureste del país. Ha pisoteado a los propios militantes panistas para mantener vivos no a los modernizadores, democratizadores o reformadores del PRI, sino a esos grupos de poder tan utilizados como símbolos negativos, como adversarios a vencer, como representación del pasado por el propio PAN en las campañas electorales. Son las "tepocatas" y las "víboras prietas"; son los "peces gordos", son los "malandrines". Las propias conversaciones del góber precioso salieron a la luz pública gracias a las filtraciones realizadas por el gobierno panista, y son ahora los panistas de Calderón los que sostienen a Mario Marín.
Estamos ante la peor combinación en la que confluye el grupo más dogmático de la derecha ideológica panista y los intereses más descompuestos y perversos de la derecha política priísta. Es la transmutación del viejo régimen a través del "gobierno del cambio". Calderón es el factor. Gracias a él no hay autoridad, en el sentido profundo del término. Con tal de salvar a Calderón, Ulises Ruiz puede seguir saqueando y matando.
Los muertos de Oaxaca, por culpa de Calderón
Ulises Ruiz es un gobernante asesino, es un gobernante repudiado por su pueblo, es un gobernante desterrado de su estado. Sin embargo, después de medio año de conflicto su caída no se formaliza, no se concreta. Su aferramiento sólo encuentra explicación en la debilidad política del sistema, y en especial, en una sucesión marcada por la ilegitimidad. Felipe Calderón, el presidente electo espurio, no tiene la fuerza de los votos ni la autoridad moral ni política para enfrentar a Ulises Ruiz. No tiene el apoyo del pueblo ni su confianza para someterlo al imperio de la legalidad y la democracia. Al contrario, Calderón necesita a esos grupos del PRI como salvavidas para nadar hacia el primero de diciembre. Por eso el PAN, en un acto sin precedentes, apoyó electoralmente al PRI en Chiapas; por eso operó electoralmente a favor del PRI en Tabasco; por eso sostiene al góber precioso en Puebla; por eso encubre y protege las relaciones de Emilio Gamboa Patrón con las redes de violadores de niños. Por eso Ulises Ruiz puede defraudar, puede robar, puede golpear, puede desaparecer gente, y puede matar sin que pase ab-so-lu-ta-men-te na-da.
En el colmo de la indignidad y de la abyección, el gobierno federal interviene con la fuerza militar después de que ha sido asesinado un camarógrafo estadunidense. Pero de manera inaudita, en lugar de someter a los asesinos, la fuerza pública reprime a las víctimas de los pistoleros.
El Congreso de la Unión, el mismo que con facilidad y docilidad votó el desafuero de Andrés Manuel López Obrador por intentar construir un camino para un hospital, abdica de sus facultades para tomar decisiones en contra de un gobernante que ha derramado la sangre de los oaxaqueños. El Senado de la República puede decretar la desaparición de poderes en Oaxaca, pero sólo se limita a hacer un tímido exhorto, que por lo demás pretende poner en igualdad de circunstancias a ambas partes del conflicto. La Cámara de Diputados podría iniciar juicio político en contra de Ulises Ruiz, pero se limita a solicitar amablemente la reflexión del señor Ruiz sobre su futuro inmediato. La PGR, tan activa en las lides políticas a lo largo del sexenio, podría solicitar el desafuero de Ulises Ruiz a la Cámara de Diputados, pero tampoco parece tener intención de ayudar a resolver este conflicto.
La situación de Oaxaca se pudre cada día más. No hay autoridad legítima, no hay clases en las escuelas, los comercios son saqueados por la PFP, hay decenas de personas que han sido desaparecidas, policías de Ulises Ruiz y grupos paramilitares han asesinado a maestros, colonos, campesinos, indígenas y periodistas. En medio de la debacle, los diputados locales acuerdan prolongar su mandato de manera inconstitucional hasta por cuatro años. Por mucho menos, en el pasado, han caído decenas de gobernadores. El estado de derecho, que llena los discursos de priístas y panistas, luce por su ausencia.
Mientras tanto, en el cuarto de guerra del señor Calderón lo que predomina es el temor y la cobardía por un lado, y la subordinación a las mafias por otra parte. No pueden condenar las acciones de Ulises Ruiz. No pueden romper los frágiles acuerdos que tomaron la noche del 2 de julio con todos los gobernadores del PRI que operaron el fraude a favor de Calderón. No quieren precipitar la caída de Ulises Ruiz porque tienen la convicción de que seguiría Calderón. No pueden afectar los acuerdos con el PRI en el Congreso porque se elevarían aún más los riesgos de que Calderón no tome protesta el próximo primero de diciembre.
El sostén de esos viejos cacicazgos, de esas premodernas formaciones políticas es ni más ni menos que el mismísimo Calderón. El ha sido en estos meses el oxígeno de estos grupos de poder en el sureste del país. Ha pisoteado a los propios militantes panistas para mantener vivos no a los modernizadores, democratizadores o reformadores del PRI, sino a esos grupos de poder tan utilizados como símbolos negativos, como adversarios a vencer, como representación del pasado por el propio PAN en las campañas electorales. Son las "tepocatas" y las "víboras prietas"; son los "peces gordos", son los "malandrines". Las propias conversaciones del góber precioso salieron a la luz pública gracias a las filtraciones realizadas por el gobierno panista, y son ahora los panistas de Calderón los que sostienen a Mario Marín.
Estamos ante la peor combinación en la que confluye el grupo más dogmático de la derecha ideológica panista y los intereses más descompuestos y perversos de la derecha política priísta. Es la transmutación del viejo régimen a través del "gobierno del cambio". Calderón es el factor. Gracias a él no hay autoridad, en el sentido profundo del término. Con tal de salvar a Calderón, Ulises Ruiz puede seguir saqueando y matando.
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