La conducta revolucionaria es espejo de la fe revolucionaria y cuando alguien que se dice revolucionario no se conduce como tal, no puede ser más que un desfachatado». «La historia tiene características comunes en toda América Latina: los gobiernos dictatoriales representan una pequeña minoría y suben por un golpe de Estado; los gobiernos democráticos de amplia base popular ascienden laboriosamente y, muchas veces, antes de asumir el poder, ya están estigmatizados por la serie de concesiones previas que han debido hacer para mantenerse».
«En un nuevo milagro de la Revolución, el individualista acérrimo que cuidaba celosamente los límites de su propiedad y de su derecho propio, se unía, por la imposición de la guerra, el gran esfuerzo común de la lucha. Pero hay un milagro más grande. Es el reencuentro del campesino cubano con su alegría habitual, dentro de las zonas liberadas. Quien ha sido testigo de los apocados cuchicheos con que nuestras fuerzas eran recibidas en cada casa campesina, nota con orgullo el clamor despreocupado, la carcajada alegre del nuevo habitante de la Sierra.
Ese es el reflejo de la seguridad en sí mismo, que la conciencia de su propia fuerza ha dado a los habitantes de nuestra porción liberada. Esa es nuestra tarea futura: hacer retornar al pueblo de Cuba el concepto de su propia fuerza, de la seguridad absoluta en que sus derechos individuales, respaldados por la Constitución, son su mayor tesoro. Más aún que el vuelo de las campanas anunciará la liberación del retorno de la antigua carcajada alegre, de despreocupada seguridad que hoy ha perdido el pueblo cubano [26 de julio de 1959]».
Son tan sólo tres pequeños extractos de uno de los primeros libros de Ernesto Che Guevara; «Pasajes de la guerra revolucionaria», en el que, a modo de diario, reconstruye la revolución cubana, de 1956 a 1959.
Extractos que reflejan el pensamiento, filosofía y espíritu de aquel joven médico nacido en Argentina que dedicó su vida a la lucha guerrillera y revolucionaria. Pero, antes de que se adiestrara en las artes del combate, recorrió las entrañas de América Latina.
Inicio de la revolución cubana
En 1954, estaba en Guatemala. Ese año, el presidente Jacobo Arbenz fue derrocado por un golpe de Estado, instigado por la CIA, lo que motivó su salto a tierras mexicanas, donde «en una de esas frías noches de México» conoció a Fidel Castro.
«Recuerdo que nuestra primera discusión versó sobre política internacional. A las pocas horas de esa misma noche -en la madrugada- era yo uno de los futuros expedicionarios (...) De allí -en alusión a Guatemala- regresaba uno en derrota, unido por el dolor a todos los guatemaltecos, esperando, buscando la forma de rehacer un porvenir para aquella patria angustiada. Y Fidel venía a México a buscar un terreno neutral donde preparar a sus hombres para el gran impulso (...) Auxiliado por un pequeño equipo de íntimos, se dio con toda su vocación y su extraordinario espíritu de trabajo a la tarea de organizar las huestes armadas (...) Mi primera impresión casi instantánea, al escuchar las primeras clases, fue la posibilidad de triunfo que veía muy dudosa al enrolarme con el comandante rebelde, al cual me ligaba, desde el principio, un lazo de romántica simpatía aventurera y la consideración de que valía la pena morir en una playa por un ideal tan puro», anotó el Che en su diario.
Ése fue el comienzo de una larga y estrecha relación con Fidel Castro. Tras la entrada triunfal en La Habana en enero de 1959, desempeñó numerosos cargos. Representó, por ejemplo, a Cuba en la Asamblea General de la ONU el 12 de diciembre de 1964
«No hay enemigo pequeño ni fuerza desdeñable, porque ya no hay pueblos aislados. Como establece la Segunda Declaración de La Habana: `Ningún pueblo de América Latina es débil, porque forma parte de una familia de doscientos millones de hermanos que padecen las mismas miserias, albergan los mismos sentimientos, tienen el mismo enemigo, sueñan todos un mismo mejor destino y cuentan con la solidaridad de todos los hombres y mujeres honrados del mundo'», subrayo en su larga intervención ante los delegados de Naciones Unidas.
«Esta epopeya -añadió- que tenemos delante la van a escribir las masas hambrientas de indios, de campesinos sin tierra, de obreros explotados; la van a escribir las masas progresistas, los intelectuales honestos y brillantes que tanto abundan en nuestras tierras de América Latina. Lucha en masas y de ideas, epopeya que llevarán adelante nuestros pueblos maltratados y despreciados por el imperialismo, nuestros pueblos desconocidos hasta hoy, que ya empiezan a quitarle el sueño. Nos consideraban rebaño impotente y sumiso, y ya se empieza a asustar de ese rebaño, rebaño gigante de doscientos millones de latinoamericanos».
Su histórica intervención, pronunciada una año antes de su despedida definitiva del pueblo cubano, ha sobrevivido al paso del tiempo y es una pausa obligada a la hora de retratar la biografía de este revolucionario.
Alberto Granados, un gran amigo
Alberto Granados lo conoció, sobre todo, en su primera etapa. Con él y «La Poderosa», la motocicleta de Granados, recorrió Sudamérica. «Le conocí cuando tenía 14 años y me di cuenta de que Ernesto era un chico inteligente y muy trabajador. Estaba muy por encima de la gente de su edad», recuerda a sus 85 años desde su casa en La Habana.
La noticia de su muerte le tomó por sorpresa porque no sabía que había ido a Bolivia. Subraya que nunca olvidará las últimas palabras que le dedicó su amigo: «Te espero, gitano sedentario, cuando el olor a pólvora amaine». «Era lógico que muriera en combate, tenía que pasar y acabar de dar ejemplo, pero no era lógico que lo asesinaran como hizo la CIA, eso es otra cosa», resalta.
Cuatro décadas después, considera que «nadie puede dejar de admirar a una persona como el Che» y para seguir su ejemplo, resalta que la consigna debe ser «primero, unirnos la gente de buena voluntad y segundo, resistir contra el imperialismo y el consumismo, que es el principal peligro».
«Aconsejo a los jóvenes que no pierdan la esperanza, que no desistan en mejorar el mundo, que es una forma también de hacer revolución», manifiesta Granados.
Ajedrecista y aviador
Dirigente político, orador, periodista, poeta, guerrillero... conforman sus mil caras. En Cuba dejó un gran poso pero no sólo por su participación en la revolución y los posteriores cargos que tuvo. Al Che se le considera impulsor del ajedrez en Cuba, un deporte al que se aficionó en México.
Allí empezó a practicarlo de forma sistemática en los ratos libres después del entrenamiento militar que recibían él y el grupo de cubanos escondidos un rancho. Tras el triunfo de la Revolución, ocasionalmente volvió a jugar al fútbol, aprendió béisbol y participó con Fidel Castro en el torneo de pesca «Ernest Hemingway». Pero, su gran afición seguía siendo el ajedrez.
Así, participó en varias competencias simultáneas y auspició torneos organizados en el Ministerio de Industria, del que estuvo encargado. El maestro internacional Eleazar Jiménez, ex campeón de ajedrez en la década de los 60 en Cuba, lo recuerda con estas palabras: «A veces, uno lo veía compitiendo en los torneos de los centros de trabajo y en las simultáneas y pensaba que era uno más, que no conocía profundamente el juego-ciencia. Pero, nada más alejado de la realidad; era un jugador fuerte, que conocía mucha teoría y la aplicaba bastante bien la práctica». Por ello, en Santa Clara, aficionados al ajedrez organizaron una partida gigante en el parque Leoncio Vidal, donde se instalaron 1.500 tableros.
En declaraciones al periódico cubano «Granma«, el gran maestro Jesús Nogueiras afirmó que esta simultánea es el mejor tributo que un ajedrecista puede ofrecerle al Che. El 29 de abril de 2004, se organizó en esta misma ciudad una de las mayores simultáneas registradas en la historia hasta ese momento. Ese día se logró reunir 13.000 tableros frente a la Plaza Ernesto Che Guevara. A la cita, cómo no, acudió y también participó el comandante Fidel Castro.
Junto al ajedrez, la aviación era otra de sus pasiones. Ya en 1949, su tío Jorge de la Serna le enseñó nociones de pilotaje. Pero, su anhelo de volar no se hizo realidad hasta diez años después cuando recibió instrucción con el piloto Eliseo de la Campa.
El 2 de enero de 1963, tuvo nuevamente oportunidad de demostrar sus habilidades. Para conmemorar el cuarto aniversario de la Revolución cubana se organizó un desfile militar en la Plaza de la Revolución de La Habana. El Che participó a bordo de uno de los aviones que sobrevolaron las tropas.
Carta de despedida a Cuba
En su despedida, dirigida a Fidel Castro y al pueblo de Cuba, justificó su partida en que «otras tierras del mundo reclaman el concurso de mis modestos esfuerzos. Yo puedo hacer lo que te está negado por tu responsabilidad al frente de Cuba y llegó la hora de separarnos. Sépase que lo hago con una mezcla de alegría y dolor, aquí dejo lo más puro de mis esperanzas de constructor y lo más querido entre mis seres queridos... y dejo un pueblo que me admitió como un hijo; eso lacera una parte de mi espíritu. En los nuevos campos de batalla llevaré la fe que me inculcaste, el espíritu revolucionario de mi pueblo, la sensación de cumplir con el más sagrado de los deberes: luchar contra el imperialismo dondequiera que esté: esto reconforta y cura con creces cualquier desgarradura», manifestó.
Años después, en un discurso pronunciado el 28 de noviembre de 1971 en Chile, su inseparable compañero de batalla, Fidel Castro lo definió así: «Era un hombre de infinita confianza y fe en el hombre. Era un ejemplo. Su estilo era el ejemplo, dar el ejemplo. Hombre de gran espíritu de sacrificio, un verdadero carácter espartano, capaz de privarse de cualquier cosa, seguía la política del ejemplo. Podemos decir que su vida fue toda un ejemplo en todos los órdenes».
Desde 1997, sus restos reposan en el Mausoleo de Santa Clara, presidido por una estatua de Guevara con fusil, uniforme, boina, erguida sobre un pedestal de 16 metros.
1928
Nace en Rosario. Se gradúa como médico en 1953 y viaja, por segunda vez, por América Latina. En 1954, está en Guatemala, donde ejercita sus primeras armas.
1956
Tras el derrocamiento del presidente de Guatemala, emigra a México donde conoce a Fidel Castro. Se une como médico a la expedición del yate Granma.
1964
El 12 de diciembre, representa a Cuba ante la Asamblea General de Naciones Unidos. En su larga intervención analiza la situación de la isla y el contexto político.
1965
Se despide de Castro y de Cuba. A petición de Gastón Soumialot, del movimiento «Patricio Lumunba», ayuda al movimiento antiimperialista del Congo.
1967
El 8 de octubre es capturado en la Quebrada del Yuro en Bolivia. Lo conducen hasta la pequeña escuela de adobe de La Higuera, donde lo matan al día siguiente.
1997
Los restos mortales llegan a Cuba. Desde entonces, reposan en el Mausoleo de Santa Clara, presidido por una gran escultura del «Guerrillero heroico».
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